Desde el abismo

Yo viví en una época en un país de charros y villanos, de artístas politiqueros y farsantes

Yo no era ni por casualidad la sombra de mi hermana, ni tampoco me parecía a las demás niñas.
a la sombra de una familia acomodada, crecí por allá en los 1900. En las fotografías color sepia, aparezco a la edad de cuatro años con vestidos ribeteados de olanes y con ramito de rosas entre las manos, nunca pude deshacerme de la enigmáica expresión de melancolía y un asomo de tristeza en mis ojos almendrados. A simple vista, podía dar la impresión de una profunda ensoñación, pero mas bien yo tenía una clara rebeldía contra los convencionalismos sociales de la época. No gozaba de una belleza singular. Sonreía con la satisfacción emanada de las sedas, los encajes, los sombreros de tafetán y organdí, sin embargo, mis ideales personales no se concretaron tan perfectamente como en las fotografías, pues se hallaban muy distantes de la frivolidad mundana.

Hubo una ocasión que me arrojé al vacío desde la corniza de la ventana de una recámara, mientras mi hermana contemplaba aterrada la temerária escena.
Caí intrépidamente sobre uno de los domos de la capilla de la solariega casona paterna, y de inmediato, sin vacilaciones, salté con felina agilidad hacia el patio trasero. Durante algunos instantes, mi hermana me dijo que me imaginaba con los ojos cerrados, tendida en un charco de sangre, casi moribunda.

Sin embargo morir con estilo era mi ideal era la fatalidad que tan exigente me seguía que conmigo misma prefería la muerte a la mediocridad. Mientras mi padre se encargó de levantar ángeles hasta las alturas, mis seres más queridos (incluyéndome) se despeñaron como demonios hacia el abismo

un 11 de febrero de 1931 mi vida ya era lo suficiente miserable y complicada para resistirla, Caminé con paso firme unos 200 metros por la ribera del sena. Una vez en el atrio de la imponente iglesia, me detuve unos instantes, miré la fachada buscando entre la construcción y el cielo el rostro mismo de dios. Pero no lo encontré.

Musité un rezo como toda niña bien. Entré en la catedral de Notre Dame casi desierta a esa hora.

En la penumbra bailoteaban las pálidas llamas de algunos cirios encendidos. Un par de beatas deambulaban por los pasillos y unos cuantos feligreses oraban de rodillas. Mis pasos resonaban sobre el piso mientras avanzaba hacia el altar mayor. Me senté en el extremo izquierdo de una banca solitaria frente a la imagen de Jesús crucificado. Sin apartar la mirada de los ojos dolidos del redentor abrí el bolso de mano y saqué el arma. Con ambas manos tomé la pistola, coloqué el frío cañón sobre el corazón y disparé. La detonación resonó en todo el santuario y mi cuerpo cayó doblado, por unos instantes solo alcanzé a escuchar dos gritos solitarios, pasos y el chorro de sangre que ya manchaba el piso

En instantes, mis ojos cayeron pesadamente sobre la banca. Las niñas bien de esa época debiamos morir con estilo, esa es la muerte perfecta, en plena función de facultades, jóven y sin vestigios del paso del tiempo sobre nuestro cuerpo, teatral, fastuoso y dónde algún Angel nos miré mudo desde lejos como testigo.

Si no tuve una vida perfecta, por lo menos mi muerte.


Antonieta Rivas Mercado


Lo mejor sería...

Platón dijo: «Aprendiendo a morir se aprende a vivir mejor.»

Y muchos se han dado a la tarea de tratar de explicar qué es lo que realmente quieren decir estas palabras.

Algunos proponen que bien se muere si se muere tranquilamente en el sueño o, al menos, rápidamente -de golpe, dirían-, mientras que otros, por el contrario, esperan una última oportunidad para despedirse, para no dejar pendientes y dejar este mundo con la conciencia tranquila.

“Haciendo lo que me gusta”, es lo que quisieran muchos y toman el asunto en sus manos; algunos literalmente se proponen acabar con su propia vida con pistola en mano, armados de uno o dos frascos de pastillas, saltando de un puente o de una cornisa, o de cualquier otra forma más o menos efectiva; mientras que otros deciden dejar las cosas a la suerte a 300 km/h en un auto, saltando desde un avión o de plano juegan a la ruleta rusa con la vida, experimentando con cuanta droga se les cruza o siendo altamente promiscuos, sin protección alguna. Sí, los hay cobardes, temerarios y, llanamente, ¡estúpidos!

Hay quienes intentan descubrir los secretos de la vida y la muerte disecando el cuerpo y analizando la mente. Con todas las de la ley algunos en sus laboratorios conducen experimentos y analizan cadáveres en forma más o menos ética; los más creativos, en cambio, experimentan la muerte más directamente, aunque no en su persona, sino con cualquiera que se les cruza.

Apelamos al sentido común, nos refugiamos en la religión o en la ciencia, examinamos nuestros sentimientos y concluimos lo que más paz nos otorga y, a final de cuentas, quizá la respuesta esté en la infalible lógica infantil. Como en la carta que escribe una pequeña a Dios:

«Dear God,
Istead of letting people die
and haveing (sic) to make new ones
why don’t you just
keep the ones you got now?

Jane»

«Querido Dios,
En vez de permitir que la gente muera
y tener que hacer gente nueva
¿por qué no simplemente
te quedas con los que tienes ahora?

Jane»


Hmmmm… o tal vez no. ¿Tiene alguien la respuesta perfecta?

Si todo sale bien

La noche helada y sin viento hacía que su espalda doliera, pero tenía que hacerlo. Había jurado que una vez más para decidirse a actuar, a quedar como un héroe ante las conciencias de los olvidados por la justicia. Solamente hoy la buscaría, necesitaba encontrarla para sentirse completo una vez más, ahí, en su auto viejo color marrón, ese con los cristales rotos y con aroma a pino que a veces le servía como residencia.

De repente la vio, parada como siempre en la esquina, con una minifalda verde, afilados tacones dorados y una apretada blusita roja. Sonrió al recordar la navidad que pasaron juntos, de cómo esa mujer había estado en la cama que por cuatro horas y trescientos pesos jugó el papel de lecho matrimonial. Su cuerpo de ninfa pidiéndole que la destrozara pero él quería adueñarse de ella cada segundo, jugar a que sería eterno en su piel color arena, en sus rizos de fuego y con esa boca que sabía a gloria.

Sumido en los recuerdos la llamó con su índice. Ella se recargó en la ventanilla y sus pechos generosos acariciaron el borde de la puerta; tras una breve charla subió al vehículo, joven y sonriente, con sus labios carnosos llenos de hijos sin nacer y el aliento a menta fresca. Tenía los ojos tristes pero hermosos, era una mujer en cuya piel se derramaron latidos, se ganaron y se perdieron mil batallas cada segundo. Era interesante para él, sería su vida por siempre, esta vez no la dejaría irse y dejarlo como otras ocasiones, abandonado en el punto ciego de la existencia, semidesnudo en una cama, con el miembro erecto y lleno de su esencia para poder irse a jugar a la salvadora de almas.

¿Ah, si? ¿Redentora, señora de los descarriados, puta? Él, con el aspecto de quien ha vivido luchas silenciosas y estúpidas contra los humanos, con su cuerpo ancho y pequeño sería su Ángel de la Muerte. Chíngate esa. Su genialidad había cruzado el límite a la locura. ¿Por qué no habría de serlo? Siempre acato las reglas, es momento de ignorarlas. Tenía una misión en la vida y siempre le atrajo pensar que si alguien moría haciendo algo que lo hacía feliz no sería como si muriera. La muerte es como el trabajo, a huevo. Alguien sería despedido hoy.

Llegaron a su mansión nocturna. El Albino de la recepción les entregó la llave y recibió a cambio una sonrisa cansada y a la vez excitante. La cama enorme y con dosel, pues la Princesa así lo pidió para poder entregarse al Príncipe de hoy. Dejó que jugara y soñara con palacios ostentosos antes de desnudarla con prisa para poder tomarla en esa cama que la atraía más que el pequeño sexo que tenía enfrente pero había que trabajar: lo colocó entre sus piernas con cuidado, rozando cada parte de ella para ponerlo más firme. No lo logró y tuvo que introducirlo medio flácido y pequeño en su cavidad seca y sin ansias, ahogando un grito de dolor y decepción.

Para él era perfecto: su erección le parecía enorme y esa mujer delirante por probar sus mieles. Enloquecía al tomarla, perot enía tan presente lo que haría que ni las mil sensaciones lo distraían: esa dríade mil veces suya gozaba con su carne y lo apretaba, tocaba sus senos perfectos mientras él se inclinaba a tomar el arma. Así la recordaría aunque no volviera a verla nunca, sería su musa por siempre y para su memoria su cuerpo perfecto viviría eternamente. En una fracción de segundo el frío del revólver contrastó con su cuerpo hirviendo y el olor a pólvora se mezcló con el ambiente espeso que había estado lleno de gritos y gemidos instantes atrás. La mujer gritó una vez más antes de que la sangre invadiera la habitación y un ser sin vida cayera sobre ella a la vez que sentía una explosión caliente en sus entrañas.

Adiós Carmen


Carmen se liberó rápido. Al siguiente día.

-Mamá no quiero que te quedes sola, me quedo contigo. -Le dijo Laura afuera de la puerta pero Carmen ya adentro de la casa se interponía pareciendo no querer dejar entrar a nadie.
-Estoy bien Laura, vete, es mi nueva vida y tengo que enfrentarla. Quiero estar sola.
Laura no pudo reprimir su expresión de angustia pero se dio la vuelta sabiendo que no había más por hacer, le hizo una señal a su madre mandándole un beso y pidiéndole que le hablara por teléfono.

Era casi medio día y la luz brillante de septiembre entraba por los grandes ventanales de toda la casa, Carmen olvidó su cansancio de 72 años y recorrió cada cuarto tratando de reconcer el espacio que ahora sólo era para ella. Seca, sin lagrimas pero abrumada por los sentimientos y dejando que el silencio lo ocupara todo. Un poco más tarde le llegó la hora de hacer lo que sabía seguía y para lo cual quería estar sola. Regresó hasta su recámara y contempló la cama perfectamente tendida que compartió tantos años con Aurelio, se acercó al buró que a él perteneció y sacó aquel cuaderno de notas que nunca antes había abierto, lo tomó y salió del cuarto para dirigirse a la estancia y ocupar ahí un sillón en el cual se sentó a la orilla. Pasó largo rato con el cuaderno cerrado en su regazo y la vista perdida al frente. “Sabías que lo iba a leer, lo sabías, además soy la única que tiene derecho, tú eres ahora cenizas y por eso me atrevo, aunque te siento presente Aurelio, no se que me pasa, será que apenas te cremaron hace horas”.

Carmen finalmente abrió el cuaderno y le sorprendió encontrar menos texto del que esperaba, eran sólo algunas notas, sin mucho orden, en diferentes hojas, todas ellas escritas por su marido en los últimos días de su vida postrado en cama por la enfermedad.

PARA PODER MORIR
Un título en letra grande y temblorosa.

La muerte perfecta será la que me encuentre con el alma lineal sin subidas o bajadas.

Carmen sonrió al leer esa primera nota y recordar a su marido, el viejo maestro de universidad, sus raras ideas y su escritura antigua.

Llegará sin que tenga yo la necesidad de asir una mano pues ya todas las que me importaron en la vida abrán estado entre mis palmas suficiente tiempo.

“Así fue Aurelio, fue todo tan en silencio que prácticamente no me di cuenta, para cuando tomé tu mano ya te habías ido, pero no me sentí mal, ya nos habíamos tomado de la mano suficiente.”

Será cuando no me quede nadie por amar y no deje cartas pendientes para quienes entregué mi voluntad.

“¿Y esto?, es un cuaderno pero ¿no cuenta como carta?... pero ya no está pendiente, no te preocupes, lo estoy leyendo.

¿Existe el perdón?, ¿Es cierto que el perdón llega cuando se aprende a comprender? Una muerte tranquila no requiere de perdón, pide el no tener que hacerlo ya. Requiere de haber soltado todos los pasados con sus nombres y sus fechas. De no perder en tribulación los minutos que me queden.

Carmen sonrió satisfecha y perdió la vista al final de la estancia en aquel vidrio enorme que daba al jardín, recordó la casi absurda tranquilidad con la cual Aurelio vivió sus últimos meses y días, pensó en él caminando por la casa, cansado y vencido por la enfermedad, pero con una resignación única que casi no se ve. Aurelio dejó de hablar del pasado y se mantuvo ocupado con sus pequeñas actividades del presente, un poco de jardín, platicar con su hija cuando llegaba a visitar, leer. ¿Perdón?, claro que hubo muchas veces necesidad de perdón, pero ya qué, ya no lo recordaba ninguno de los dos.

Con la frente aún llena de aquellos paisajes que necesité ver y con la aceptación de que los que nunca vi no estaban destinados para mí. De quedar en paz con un mundo inmenso e inrecorrible y magnificar aquel pedazo que por destino se me designó.

-Nunca conocimos Lisboa Carmen, y tú querías ir.
-No importa hombre, fuimos a muchos lugares.
-¿Segura?, porque a mí ya no me importa, pero no quiero que te quedes con las ganas de nada.
-Aurelio... en serio... no importa.
Carmen recordó aquella conversación y volvió a sonreír.
“Mira Aurelio, ¿ves?, en serio no me importa, como dices en tu cuadernito ya acepté que ese paisaje no fuera para mí, pero me quedo con otros” y volteó a ver la mesa un poco empolvada donde tenía objetos comprados en varios viajes.

Se requiere estar cansado de haber comido, de haber cambiado, de haber abierto, de haber quedado en paz con cada error, de haber tomado con mis manos cada evento, de haberme acabado la historia propia.

Carmen se soltó riendo. “¡Hombre, si te lo acabaste todo!, ¡nada más faltaba!, te comiste todo, cambiaste todo, lo hiciste todo... no habré sido yo quien te tuvo que aguantar la vida entera, no había quien te parara. Ahora mismo, ¿en qué andarás?.

Poder parar este pensamiento en el que cada acierto parece error.
¿Me atreví a amar?. ¿Me arrepiento?.
De haber amado, de recordar tranquilo cada rostro que recorrí con mis manos sin importarme que ya no estén ni que jamás los he ver otra vez.

Y la risa se acabó para Carmen y por primera vez los ojos se le humedecieron recordando como él le tomaba la cara con las dos manos “sigues teniendo expresión de niña”, le decía y ella contestaba “no hay niñas de de mi edad”, luego él le acariciaba las mejillas con el dorso de la mano y ambos se miraban en complicidad. Carmen trató de enumerar los amores de su marido, su hija, su hermano, ella misma... se preguntó por primera vez cuáles habrán sido los que guardó en silencio y ella nunca supo.

Cuando conozca un celibato largo, cuando me harte de sexo imprudente, cuando la lista de locura e irreverencia esté completa, cuando haya visto y respetado.

Y la risa volvió a asaltar a esa agotada mujer por recordar aquellos tiempos en los que de jóvenes eran capaces de llegar tarde a todos lados o de encontrarse en casa a medio día a cambio de sexo. Se rió también de recordar aquella dura época en la que el deseo se fue y casi les cuesta el matrimonio. “Que insignificante es todo a la distancia”.

Después de ser animal y ser humano y ser yo mismo.

“Fuiste todo marido mío, todo, muy animal y muy humano y tú mismo siempre... para bien y para mal, no tengas duda”.

Una muerte perfecta llega cuando nos da paz saber que se olvidará nuestro nombre, cuando no hay desdeo de permanecer, cuando tiramos el ansia de inmortalidad y el reconocimiento se vuelve absurdo. Cuando nos hace más feliz la idea de que el mundo continúe sin nosotros que la de continuar nosotros sobre él.

“Ay Aurelio, eso no te lo prometo, no creo poder olvidar tu nombre, no serás inmortal porque el tiempo lo borra todo de eso puedes estar seguro, pero ¿tu nombre?, ya olvidé todos los demás, el tuyo es el único que recuerdo, olvidarlo, no lo se... Pero tú no te preocupes, tú descansa y olvida lo que en esta vida te pudiera afligir, yo de eso me ocupo ahora, aunque ya no tengo mucha fuerza por algo será que me quedo un rato más en este lugar, quizá por Laura que a sus 37 años todavía no aprende a aceptar lo que le trae la vida... o por alguna otra razó que todavía no entiendo.”

Quizá es cierto que en vida contruimos lo que nuestra muerte ha de ser.
Quizá entonces en la paz plena cualquier muerte ha de ser perfecta.
Por que de amar es que al final se sirve.

Cuando no me quede más que irme.

Carmen sonrió con lágrimas en los ojos y acaríció la hoja del cuaderno como lo hacía con la mano de su moribundo marido en los últimos días. “Ya pronto nos vemos de nuevo Aurelio, para ti qué es el tiempo ya, no creo que falte mucho y te alcanzo, vienes por mi ¿eh?, para que no me vaya a dar miedo, nos vemos pronto... y entonces será cuando olvide tu nombre, entonces tu muerte que hoy es casi perfecta lo será completamente, ya no falta mucho y lo habrás logrado esto también”.

Carmen leyó entonces la última nota del pequeño cuaderno.

Carmen, se que vas a leer esto cuando yo no esté, se que me voy primero. Dime qué piensas, aunque no me veas te oigo. Sigamos platicando.
Te amo. ¿Lo sabes, verdad?.

“Lo se... Y yo a ti hombre, y yo a ti.
*
*
*
“To the well organized mind, Death is but the next great adventure”
J. K. Rowling
(Harry Potter)

El cuerpo perfecto

Cuando lo conoció le pareció un poco insípido y con un humor bastante imbecil, le molestaba que se igualara y tratara de hacerle bromas como a todas, sin embargo le llamo la atención que todas las mujeres del club hablaran de su cuerpo, asi que un día espero en el pasillo a que pasara, no le miro a la cara porque era bastante déspota y lo saludaba solo cuando lo tenia enfrente en la alberca, asi que lo dejo pasar y de espaldas vio ese hombre que hacia suspirar a mas de una. Le pareció que no exageraban, frunció el ceño por no haberse dado cuenta antes. Se cerró la chamarra y se fue a su casa.

Esa noche no pudo dormir pensando como iba a lograr lo que ya se le había metido a la cabeza. Al siguiente día llego temprano a la alberca, él ya estaba ahí, se le acerco, le alzo la ceja y lo reto a unas carreras, por supuesto él le gano, asi que cuando llego a la orilla de la alberca le dijo que iba a pagar la apuesta “¿Cuál apuesta?”

.-La de la carrera, te veo a las 7 de la noche para irnos a tomar un café.

Se dio la vuelta y se fue sin dejarlo responder.

En realidad no le costo ningún trabajo, él se sintio emocionado de inmediato con su manera de ser, y ella aprovecho de eso para no andarse con rodeos y se lo llevo a otro lado para tocar bien, despacito y por partes ese cuerpo que la hacía siempre fruncir el ceño.

Como todos los amantes, después de sesiones de besos y caricias, platicaban, de su pasado, de sus sueños, de su vida, de la muerte.

¿Cómo sería la muerte perfecta, “morir dormido, todos quisiéramos morir dormidos”.

Jugando tomó la mano de él y le dijo que no se preocupará, mientras buscaba la línea de la vida…se quedo muda, apenas llegaba al comienzo del pulgar. Prefirió no hacer caso a eso, y cambio la conversación.

No le gustaba hablar de la muerte, cuando pensaba en la gente que se suicidaba, a pesar de haberlo pensado ella mas de una vez, le parecía de lo mas cobarde irse y abandonar a los que te querían, que esperaban por ti. Esos que decidían irse, no pensaban en todos los pendientes que dejaban atrás, en el dolor que iban a ocasionar ¿Quién iba a recoger su cuerpo?, quien iba a encargarse de quemar su ropa, de guardar sus pertenencias?, prefería no hablarlo.

Fue poco el tiempo en que ese cuerpo perfecto le parecía tan conocido, que ya no encontraba gran placer en recorrerlo. Asi que poco le basto para dejarlo y olvidarse de él. Le llamaba de vez en cuando, él nunca se negaba, solo para recordar viejos tiempos, y con las cejas juntas y entrecerrando los ojos se volvía a ir.

Poco a poco dejo de contestarle, dejo de buscarla también. No le presto mucha atención, pero un día que pasaba cerca de su trabajo, entro a buscarlo y lo vio de lejos abrazando y besando a otra mujer. Frunció el ceño y salio a su carro, manejo rápidamente hasta su casa.

Al otro día lo cito, cuando se vieron lo dejo claro, lo quería con ella y solo para ella, no le importaron todas sus excusas, termino convenciéndolo y quedaron de verse para salir de viaje la siguiente semana.

El día de la cita no llego, lo espero unas horas y se quedo dormida esperando, hasta que el sol de la mañana comenzó a molestarla.

Tomo el teléfono y marco a su celular, no contestaba, asi que llamo a su casa. Le contesto un hombre mayor, se escuchaba mucha gente y ruido, tuvo que alzar la voz para pedirle hablar con él.

.-Si lo quiere ver puede venir, lo estamos velando en la casa

.-¿Que esta diciendo?, esta equivocado, comuníquemelo, ¡lo estoy esperando desde

ayer!

.-Murió en la noche, dice el doctor que fue mientras dormía, una especie de apnea, se asfixio, no sufrió. Puede venir si quiere.

Dejo caer la bocina, de sus ojos no salio una sola lagrima, solo estaba asombrada de que por mas esfuerzos que hizo, no pudo fruncir el ceño.

Verdevalle

No hay vidas perfectas, tampoco veo porque debería haber una muerte perfecta.

Había pasado la mayor parte de su vida cometiendo injusticias, su nombre era digno de temor, pero más de uno quería ver rodar su cabeza y bailar una mística danza a su alrededor.

La noche había caído y todos los habitantes de aquel pueblo estaban a las afueras de la casona del General Verdevalle, los guardias habían huido desde que escucharon los y vieron las antorchas venir por el camino real. El General estaba solo, y nada más que unas rejas y una puerta enorme de cedro rojo lo separaban de aquellas centenas de almas armadas con machetes, palas y demás armas agrícolas que tanto querían verlo arder en el fuego eterno del mismo infierno.

La situación era muy predecible, entraría un pequeño grupo de hombres, subirían hasta su despacho y lo llevarían hasta la multitud, misma que después de desnudarlo lo harían caminar a punta de latigazos hasta el paredón que el general usaba para fusilar a los rebeldes y enemigos. Una vez ahí, frente a esa pared con rastros de sangre todavía esperaría una lluvia de rocas con el más puro sabor a venganza posible de parte de los pueblerinos y por ultimo sería quemado en un horno de ladrillos.

El general veía las antorchas desde su ventana, se podía ver una tranquilidad increíble en su persona, fue hasta su despacho, tomó su botella de coñac que usaba en ocasiones importantes,  y después se sentó en su sillón favorito. Contempló las fotografías que estaban frente a el, exactamente en frente estaba el retrato de su abuelo, se veía parco y retador, interpretó su mirada y solo venían unas palabras a su mente.

Ya te cargo la chingada.

-Si, ya me cargo la chingada, pero al menos tendré una muerte rápida y sin humillaciones, perfecta en este caso.

Dijo mientras saco su pistola de un cajón y la puso en su escritorio.

Se le hizo un nudo en la garganta que estaba listo para deshacer con un trago de su fino licor.

-No hay mejor muerte que una donde tu garganta está aún caliente por la gracia del alcohol y tus oídos son seducidos por las tímidas notas de una canción. Era una frase que alguna vez había escuchado, en está situación era lo más cercano a sus posibilidades.

Entonces tomo su botella y su pistola para después ir hasta su fino piano, se sentó y empezó a contemplar por última vez el mismo. Empezó a tocar algunas melodías y vinieron un sin fin de recuerdos a su cabeza, así que volvió a su despacho para evitar situaciones sentimentales.

Sentado de nuevo, frente a su escritorio, con las mismas miradas sobre su persona y con un torrente de recuerdos que empezaban a llegar, su corazón empezó a agitarse, un miedo lo recorrió de pies a cabeza como nunca, se había dado cuenta de que no había una muerte perfecta, simplemente no la había.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por los golpes a la puerta de su despacho, si quería evitar el sufrimiento tenía que hacer algo rápido, tomo su pistola y se armó de valor.

Jalo del gatillo y después experimentó la peor sensación de su vida, el arma no tenía balas.

Don Siniestro

Recuerdo que a la edad de doce años, sostenía aquél corazón humano con la izquierda y mi padre me reprimió. Decía que yo era un hijo siniestro, sí, mira quién habla. Que se vaya a la mierda. Mi padre vive en la prehistoria. Ese Don Cirilo, si me viera en este momento. Yo agarro los corazones como se me hinche la gana, con la zurda y con la otra mano sobándome los huevos. Aprieto y aprieto, sale la sangre, y con la derecha me rasco los huevos.

Mi padre es el siniestro. Todo comenzó con el maldito nombre que me pusieron: Cirilo Ouisiyes Pérez López, y me fue bien, bastante bien, diría yo; mi hermana se llama Cirila Usnavy, con sus dos respectivos, comunes y corrientes, apellidos. Ya se imaginarán las burlas de los compañeros de la escuela. Para quién no sea muy observador, mi nombre significa: Sí, en francés, castellano e ingles, y el nombre de mi hermana mi padre lo tomó de un programa de televisión en el cual, una fragata norteamericana bombardeaba sin descanso, así por nomás, las costas de un pequeño país antillano de nombre Granada, y al costado de ese navío se apreciaba US Navy, sin palabras, me cae. Y luego por qué el odio, a los gringos y a mi padre; y un tanto a mi hermana, de rebote por aquello de su nombre. ¿Alguna duda sobre quién es el siniestro?
Estudié en un colegio anglo-mexicano, y de sacerdotes retrógradas, con todo lo que eso implica, los cuales me golpeaban cada que escribía, soy zurdo, para ellos siniestro, aunque cada reglazo y fajazo contribuyó a que se forjara en mí ser una figura ¿honrada y trabajadora?, para nada, ambidiestra, es la palabra, que a la larga me sería de mucha utilidad. Mi paso por el colegió fue un vil tormento. Y no era solo la primaria, era un maldito instituto ¿varonil? ─bola de maricas─ que censuró mi cerebro por más de quince años, desde el preescolar hasta la preparatoria, con sus respectivas repeticiones: Dos veces segundo de primaria, uno de tercero de secundaria y un par de semestres en la preparatoria. Don Cirilo nunca dejó de reprocharme “Eres un inepto, aprende a Usnavy, cuándo dejarás de ser tan pendejo”. En la escuela siempre le temía a la ¿materia? de educación física. Pérdida de tiempo. “Ouisi, diez vueltas al campo” méndigo padrecito, con tanto frío y el maldito uniforme rojo con vivos en azul y blanco que no tapaba nada. “Ouisi, al pizarrón”, me decía una maestra; “Ouisi, deja de copiar”, de parte del profe de matemáticas; “Ouisi, a la dirección”, el padre; “Ouisi, esto y aquello” el coordinador; “Ouisi, Ouisi el jotito”, mis compañeros.
Don Cirilo era dueño de un equipo de fútbol infantil en la liga sabatina. A mí nunca me gustó el futbol, imagínense el día en que me pusieron de portero. “Ouisi, a la portería”. Uno-cero, dos-cero... marcador final: once-cero. “Eres un inepto, aprende a Usnavy, cuando dejaras de ser tan pendejo, a tu hermana le dan puras medallas de oro en el Karate, y tu me das puras vergüenzas”. En fin, mi paso por las rutas del desgaste físico y el deporte las pasé con más, demasiadas diría, penas que glorias.
Una situación un tanto singular fue el día en que me asaltaron. Cometí la burrada de platicarle a Don Cirilo lo que pasó: “Eres un inepto, aprende a Usnavy, cuando dejaras de ser tan pendejo, le hubieras hablado a tu hermana para que te defendiera.” En fin.
Don Cirilo insistía en que trabajara con él, para mí eso significaba más represión cerebral. Y ganó. Laboro desde hace diez años con él. Diez malditos años de doblegación: “Sí apá, lo que usted diga apá”. Pero mientras él se distrae yo aprieto y aprieto los corazones con la zurda, mientras con la derecha me rasco los destos.

Mañana cumpliré cuarenta y un años de edad. Se preguntarán en qué me ha afectado la ¿educación? proporcionada por mi padre, yo creo que en nada. Dejando de lado mi soledad ─soy soltero─ y mi costumbre de rascarme los destos, mientras aprieto los corazones en el trabajo, creo que he estado bien. Mis compañeros en la morgue ─soy embalsamador─ están esperando el día después de mañana, por aquello de las burlas, “Ouisi, Ouisi el invertido tiene cuarenta y un años”, ya me imagino. Yo nomás los juzgo. Lo que me da ánimos es el cadáver gringo que llegó esta mañana. Tremenda carnicería: Aprieto y aprieto el corazón...
Mañana voy a tener una fiesta de cumpleaños muy singular: Solo voy a invitar a Usnavy. Va a ser en mi casa, con una botella de un buen vino francés y mis cadáveres. ¿No les dije? Tengo mi propia morgue, mi morgue particular.

Carlos Martín

Mis dos Cartulinas

... Con los ojos rojos corrió hacia mi, si hubiera tenido malicia hubiera pensado que ella se había drogado o algo, me abrazó muy fuerte, tanto que creo por poco me saca el aire, mis cartulinas las arrugó toditas y no entendí..

Me exprimo el cerebro en busca de recuerdos. Me veo a mi misma con el cabello rizado y alborotado como un nido de pájaros, mi mamá corría tras de mi para peinarme y siempre toda esa persecusión terminaba en suplicio llorando ella porque no podía y llorando yo porque no la dejaba peinarme. Esa edad ajena a la malicia y los desahogos fue grata, siendo la más chica aún cuando mis hermanos me agarraron de excusa, de comodin, de escudo, de pretexto o de culpa.

Mi estado feliz de ignorancia y ausencia de problemas tan solo recaía en recoger mis juguetes, hacer los deberes, era mi única responsabilidad y claro, comerme el guisado (carne puaj!) pero por sobre todo correr y alejarme lo mas pronto posible de el cepillo y los pasadores.

Imaginen una mirruña de 6 años enfundada en uniforme azul marino, con chaleco y encima un babero de olanes espantoso, sueter con un escudo al costado izquierdo, calcetas blancas, botas que las cubrían poco antes de la rodilla, camisa, falda a cuadros con vivos rojos, un buen dobladillo, remetido a la cintura 2 vueltas, para hacer economía porque la falda aquella me debía durar por lo menos un par de los siguientes años. Jamás olvidaré ese día, mamá dió instrucciones precisas a mi hermana y hermano, a la hora de receso me buscarían quizá, pero definitivamente a la hora de la salida los tres nos esperariamos para el regreso a casa. La escuela quedaba justo enfrente de donde vivia y en esos tiempos, los niños no corriamos peligro de caer en manos de algún pervertido o un robachicos, aunque te bromearan seguido con eso solo habia que cuidar pasar avantes la calle.

Mi salón era color pistache, mi mochila yo y mis ganas entramos, había uno que otro llorón que Papá me había advertido con premeditación habría, - "no permitas que te contagien" me aclaró enrollando mis dos cartulinas enormes que habían pedido no se para qué y que terminaron mas ajadas y maltratadas justo como el entusiasmo del niño gordo con quién me sentaron a lado, yo de ladito en la misma banca, me banqué, Ciencias Naturales, los trazos de lineas curvas y quebradas, el dibujo de mi familia en hojas de papel revolución y claro el robo de mi sandwich junto con mis dos pesos que di cuenta de su desaparición, cuando nos llegó el intermedio, (bueno asi le llamaba yo al recreo)
otros percances se dieron, pero para cuando tocaron la campana de salida, yo ya tenía una amiga, mis dos cartulinas y yo estabamos mas que listas para partir a casa. Me senté en una jardinera con matas grandotas a esperar a mis hermanos pacientemente y entonces...

Pasaron unos minutos, pero mis hermanos ni rastro. Ni por aquí me paso el tiempo, ni dramas ni sustos, cuando volteé chicos del otro turno comenzaron a aparecer pero yo obediente decidí esperar. ¡Que cosa mas rara! -pensaba no vienen estos... Ni tarda ni perezosa, acomodé la mochila como almohada y decidí retozar pensando que los retrasados de mis hermanos en cualquier momento llegarían, pero mis hermanos,nunca llegaron, se olvidaron supongo a la falta de costumbre, saliendo por piernas, atravesaron la calle y mamá extrañada que vigilaba enfrente preguntó:
-¿ y su hermana? ... esa criatura inocente de rizos rebeldes no había llegado con la parejita.

Mis hermanos se encogieron de hombros diciendo al unísono - "¡No la vimos!" y decían la verdad, las matas me taparon toda. Mamá decidió ir a buscarme se asomó y no me vió, se siguió de filo hasta el salón, y nada, el patio semi vacio, los salones de nuevo llenos de chicos del otro turno, ella espero, preguntó, y terminó preocupandose más y enloqueciendo un poco mas tarde.

Comenzó la búsqueda, el señor de la tienda, la viejita que vendía dulces afuera, un par de mamas medio histéricas, la privada entera enloquecida, vecinos, amigos buscando a la mirruña hasta en los garages, mis hermanos con la conciencia un poco mal trecha, con susto pasaron un par de minutos enteros pero yo no aparecí por horas. La verdad no me di cuenta del tiempo yo cansada y aburrida tomé mis cartulinas, y mi mochila, me enfilé para la puerta que ya estaba de nuevo abierta atiborrada de niños que salían y de pronto la vi entre el tumulto, apretujones y gritos, ahí estaba ella en medio de personas manoteando, tomandose la cabeza con ambas manos, casi como en cámara lenta lo recuerdo perfecto, dos señoras la escuchaban atentas, hasta que una me señaló y mi mamá creo que lucia rara... cuando me tallé los ojos ella antes de decir nada se giró de pronto.

... no entendía nada, parpadié y estaba ya a milimetros de mi abrazándome como si yo hubiera llegado de un viaje, como lo hacía mi abuela, creo que ese abrazo duro mucho, casi me saca las tripas creo, casi se me salen los ojos, ese abrazo no lo olvido... ocasionó que la camorra que traía se esfumara por completo; Sin embargo yo solo quería irme a casa, me gustaba mucho ese abrazo, pero quería llegar a pintar en mi libro nuevo, tenía hambre ahora si me comeria el guisado, quería ir a jugar, seguro mi perro estaría aburridisimo sin mi desesperado esperándome.

Se soltó a llorar de pronto, tomó mi mochila y asintió con la cabeza, su mirada era extraña yo recuerdo que abrazé mis cartulinas y le di dos besos por cada ojo, creo que la vi muy aflijida... acarició mi cabello que seguro odiaba y me llevó en brazos sin decir nada. La verdad, mucho tiempo no entendí porque mamá de pronto se comportaba rara en mi primer dia de escuela. Yo asumí que me extrañaba, pero no entendí porque ni por eso me sacó de ese lugar.

Al día siguiente me castigaron porque no llevé las cartulinas.


Dias de lluvia.

Aún podía escuchar la lluvia afuera, pero aún así me volví a asomar a la ventana para confirmarlo. Al ver que diluviaba me sentí triste y me sentí enojado, apenas me dí la vuelta, con ganas de golpear algo, un rayo iluminó parte de la habitación y vi de nuevo esa pintura que me daba tanto miedo ¡parecía de un bosque encantado! Y el trueno que siguió unos segundos después me hizo pegar un tremendo salto.

Era un bosque tenebroso, pero ahora me parecía que atrás de mí estaba más obscuro y era más peligroso, así que me adentré en él con cautela. Avanzaba en silencio y tan deprisa como podía cuando me pareció escuchar algo. De inmediato alisté mi arco. –“¿Quién vive?” Pregunté. –“Somos los hombres del bosque.” Contestó una voz. ¡Eran mis hombres! ¡Qué alivio!

Mientras nos dirigíamos al claro del bosque dónde acamparíamos escuchamos un carro con caballos que cruzaba veloz por el camino a la orilla del bosque. El conductor parecía tener prisa y esto hacía el viaje bastante incómodo, pero esto no me importó mucho, mientras antes llegáramos al pueblo, más pronto terminaría mi tarea y más pronto regresaría a la ciudad ¡la campiña me incomoda!

Me habían mandado traer de la ciudad para investigar unos misteriosos asesinatos que los hombres del pueblo decían, eran obra del diablo, quien actuaba a través de un jinete decapitado. ¡Tonterías y supersticiones! ¡Eso es lo que era! Cosas de la gente ignorante del campo.

Por un instante me sobrecogí al creer haber visto a un jinete sobre su caballo, entre los árboles, pero de inmediato reconocí que debería ser mi mente jugándome una mala pasada. Y aún así me sentí aliviado al ver que el pueblo estaba ya a la vista y al fondo, al pié de la colina, un pequeño castillo con una gran torre y una ventana en lo alto.

Un rayo reveló la figura de un hombre en la ventana de la torre. Y un nuevo rayo hizo que saltaran chispas de cables y aparatos en mi laboratorio, en lo alto de la torre. –“¡Energía, necesitamos más energía!” Grité, mientras que mi asistente movía una palanca en un dínamo y me contestaba –“Sí, amo ¡Sí!”

Miré de nuevo por la ventana. A la izquierda avanzaba de prisa una hilera de hombres con antorchas, la gente del pueblo que quería detener mi experimento, a la derecha la tormenta crecía sobre el mar y a lo lejos se distinguía un gran barco alejándose. Sentado en el fondo del barril sólo se escuchaba el ruido del mar y el constante balanceo del barco me arrullaba.

Me debí haber quedado dormido un instante cuando me despertó el ruido de unos pasos, pasos de varios hombres que se acercaban. Me quedé inmóvil en el barril y pronto distinguí la voz de John Silver el Largo (“El Largo” *jiji*) que hablaba palabras de motín. Por la redonda abertura arriba de mí se distinguía la luna llena, –“¡Pronto!” Dije para mi en voz baja, mientras me aseguraba de estar bien sujeto a mi asiento y revisaba una última vez los instrumentos.

Con una gran explosión nuestra nave salió disparada hacia el espacio ¡como una enorme bala! Nos movíamos muy rápido y la luna se acercaba de prisa cuando una pequeña voz proveniente de afuera gritó mi nombre. ¿¡Qué!? ¿¡Una voz afuera!? No hice caso, pensé que serían los efectos del espacio, volví a revisar los instrumentos y de nuevo esa voz, que esta vez reconocí, gritó mi nombre.

Rápidamente me puse de pié y miré por la ventana ¡había dejado de llover y mis amigos ya se habían reunido afuera! Saludé con el brazo y dos o tres de mis amigos, que miraban hacia mi ventana, regresaron el saludo agitando sus brazos también. Aventé el libro a un lado, tomé el balón y corrí a la puerta.

Apenas estuve afuera de una patada envié al balón lejos, corrí y dí un gran salto para caer en un charco con los dos pies, mientras dentro de la casa mi mamá me gritó –“¡No regreses tarde!”

Love seat

Siempre que me preguntan de mi niñez, respondo que fui una niña bastante tranquila. Nunca di problemas y las veces en que mi trasero estuvo en riesgo por alguna travesura las puedo contar con los dedos de una mano. Era una enana solitaria e introvertida que aprendió a leer y a escribir desde antes de ingresar al preescolar, auxiliada por mi hermana mayor quien seguía la fina tradición familiar de joder al más pequeño de la especie.

La casa que recuerdo fue la primera propiedad de mis padres. Pequeña y cálida, era una mansión comparada con las vecindades donde mis otros hermanos habían dado sus primeros pasos. Teníamos un pino y una pequeña palmera que mi padre trajo de su pueblo natal, San Ignacio, el paraíso de los huevones bajacalifornianos, según las leyendas locales.

Había pocos muebles, pero el que siempre está en mi memoria es aquel sillón café de dos plazas. Tenía una hendidura que delataba sus muchas mudanzas, pues como un animal viejo era trasladado pesadamente a cada nuevo domicilio. Muchas veces absorbió mis lágrimas: recuerdo que me tiraba sobre él a llorar desconsolada, con mi uniforme verde del preescolar. No quería ir. Odiaba tanto tener que dejar mi casa y caminar media hora hasta la institución llena de escuincles llorones que no sabían contar, escribir o siquiera pronunciar bien su nombre cuando eran interrogados por la maestra, esa mujer de mediana edad, blanca y con cabello corto que aún se acuerda de mi. Pero sobre todo odiaba al auxiliar de la clase: un tipo delgado y solitario, que al verme en el patio me decía que era una niña hermosa y bien portada, que todas deberían ser como yo y me sentaba a su lado.

Cuando se llegaba la hora de ir a la escuela me entraba un ataque de pánico terrible. Sabía lo que me esperaba pero no tenía el valor de gritárselo al mundo, de buscar el auxilio de mi padre, quien aunque pudiera matar a diez hombres por tenerme a salvo, en esta ocasión no atinaría más que a consolarme. Por esa razón, solo me tiraba a llorar como enajenada sobre el sillón café, oliendo el polvo acumulado durante días, sintiendo el rasposo terciopelo en mis tiernas y húmedas mejillas.

Hace poco le reclamé a mi madre. Nunca me dijiste nada, fue su estúpida respuesta. ¿Nunca? ¿Y mis ojos hinchados no eran una señal? Chingadamadre, si nunca lloraba mas que en esos momentos creo que algo andaba mal. Pero usted jamás admitiría un error, la señora perfecta, la dama que estaba atenta de sus hijas y las quería por sobre todas las cosas y atendía cada detalle de nuestra vida.

¿Pues sabe que? No. Usted fue la causa de uno de mis grandes traumas de la infancia: aún la recuerdo con ese cepillo rojo en mano, jalando mi corto cabello café para reunir la mitad de él a escasos dos dedos de mi frente. Parecía pinche Dodo con ese peinado de mierda. Pero te veías re-bonita peinada como palmerita. Por eso ando greñuda por la vida.

Sólo mi abuela

Mi abuela, la única persona que ame en realidad durante años (aunque suene horrible es cierto), me quiso de una forma única, me cuidó cuando pudo, me consintió, pero hoy me doy cuenta que fue la única que me tomó bien la medida. “Niño, ¡genio de vívora desde tan chico!, como tu abuelo”, me decía, “si eres mustio; quién te la crea”. A los demás en cambio, les tomó tiempo.
- - -
1. Mi madre.

Madre - ¿Y eso Mauricio?.
Pequeño -Es un camaleón, mira cambia de color y se siente suavecito su pancita.

Madre- ¿Podrías sacar esa rana de la tina, me tengo que bañar para ir a trabajar.

Madre- Ya encontré a tu hamster, ¡lleva dos semanas viviendo adentro de la caja de galletas en la alacena!.

Madre- ¿Qué traes ahí ahora?.
Pequeño- ¿Eh?, ah, no nada... bueno.. bueno... un gatito pero está chiquito.

Muchacha del aseo -¡Señora! ¡Venga! ¡Se mueve el musgo del nacimiento!.
Madre -No lo puedo creer, mugres tortugas, con que ahí estaban.

Abuela -Oye ya me harté, y no es gracioso, no te rías.
Madre (entre risas) -Mauricio, quita de ahí la jaula de tu perico por que le sigue aventando zanahorias a tu abuela cada vez que pasa.

Madre -¿Un ratón?, ¿estás loco?, ¡se lo va a comer el gato!.
Pequeño -No... lo va a querer... porque se llama Mauricio, como yo.

Pequeño -Ah, ¿éste?, es un pajarito, no puede volar, hay que ayudarlo.
Madre -Muy bien, pero, ¿por qué en mi closet?.

Pequeño -Mamá, ¿tú abriste mi caja?.
Madre - ¿Cuál caja?.
Pequeño -Mi circo de cochinillas.
Madre con ojos desorbitados -¿¿Tu qué??.
Pequeño -Mi circo de cochinillas que me traje de la casa de Cuernavaca, todavía no saben hacer nada pero yo las voy a entrenar. Es un negocio que estoy poniendo.
-
Conclusión: Uno puede estar seguro del amor de una madre a la naturaleza cuando después de dos meses de encontrar cochinillas hasta en la caja de sus cosméticos sigue queriendo a los animales y tolerando al demonio que le tocó por hijo.

2. Mi tía.

-Oye, ¿y si tocamos el techo? -Le dije a mi prima.
Con cara de ilusión ciestionó -Cómo.
-¡Podemos hacer una montaña con algo y llegamos al techo!.
Excelente idea. El techo, tengo que aclarar, era de una casa grande de la colonia Anzures, sí exacto, de esos altos, altos, altos. Y como soy un niño muy conciente usar una mesa o algo así era peligroso entonces... ya se... ¡ropa!, hagamos una montaña de ropa y llegamos. Y así ese par de engendros del infierno empezaron a sacar toda la ropa de mi prima y a apilarla contra una pared para hacer una divertida montaña que aparte nos podría servir para deslizarnos, wow, ¿cómo no lo pensé antes?. Pero pues no, no era suficiente para lograrlo, mi prima, siempre una gran colaboradora pensó entonces; ¡El closet de mis papás!, claro, buena idea y después el del otro cuarto y también las comodas de la ropa interior y así cada tela que se nos cruzó por la casa mientras mi tía ocupada en sus labores confiaba en nosotros.
-
Conclusión: Mi tía de repente escuchó las carcajadas de este par que efectivamente rodaban desde el techo hasta el piso en una montaña para la cual debemos haber usado hasta las cortinas. Tía, te quiero. Jamás podré olvidar tu cara cuando entraste a la recámara. ¿A que nunca pensaste que se podía alcanzar el techo apilando ropa?. Te agradezco tu paciencia y los siguientes 7 años que debes haber pasado doblándola.

3. Mi padre.

Esta creo que es la marca la división entre mis fregaderas de niño y las de adolescente. Tendría unos 11 años y de regreso a aquella pretenciosa ciudad del extranjero en la que fui críado, mi padre y yo camínábamos por una famosísima calle que en ese entonces era un asco (hoy está remodelada y yo la sigo viendo un asco). Nos metimos a una tienda de tonterías y el hombre perdía el tiempo viendo libros. Yo me aburrí. Entonces me salí de la tienda, sin avisar por supuesto y caminé por la calle unos pocos pasos hasta pararme afuera de un local que tenía este letrero “Peep Show. Live Sex”. Aunque confiezo que claramente no tenía yo idea de qué podría encontrar adentro, no hubo el menor dejo de ingenuidad en mi acto pues yo hablaba el idioma desde siempre y entendía perfecto. En la entrada estaba sentado un joven de color como de dos metros que se mantenía ocupado contando dinero, muy concentrado él, tanto que no notó cuando el muchachito se metió a ese lúgubre pasillo que llegaba hasta un salón final a media luz y que olía horrible, recuerdo eso, mentiría si digo que vi algo, había bastante gente parada alrededor de una especie de tarima en la cual estaban los “actores en su acto” pero evidentemente dejaron ellos de ser el centro de antencion cuando entré yo y los ojos asustados de los asistentes se me quedaron viendo, recuerdo que pensé “tú tranquilo” y muy cool me traté de acercar al escenario para ver el show cuando de repente sentí que dos manos me alzaban de los hombros y en un acto de rapidez descomunal el cuidador de la entrada me sacaba furioso “What the fuck are you doing here?”. Me puso en la calle y entonces vi en la acera a un hombre que reconocí como mi padre con la cara blanca por no encontrarme por ningún lado, luego mucho más blanca por ver de dónde me habían sacado.
-
Conclusión: Después de que el hombre le gritó “is this your child?” y lo amenazó hasta con llamar a la policía por abandono y negligencia, mi pasmado padre y yo camínabamos de nuevo hasta que rompió el silencio y preguntó temeroso“... y... ¿qué viste?”. “Nada”, respondí. “Nada”. Nunca me creyó por supuesto.
-
Dedicado a aquellos que le dicen a su hijo "No te detengas, tú lo podrás lograr todo en la vida".
JA!.

El Niño

Me chocan las mujeres que le tienen miedo a los bichos, que gritan como locas con las arañas, o que corren despavoridas con las abejas Yo no salgo corriendo, pero cuando veo una rata me da una especie de horror que no puedo soportar, no grito claro, pero si puedo quedarme ahí petrificada y con ganas de que llegue alguien a salvarme.



Cuando tenía 5 años a mis papas se les ocurrió que como ya sabia leer, hacer sumas y restas, era buena idea que me sacaran del kinder y me metieran de una vez a la primaria. Asi que ahí andaba yo con mis pelitos lacios y mis piernitas colgando de una batota gigante, caminando por la escuela, y como era la mas chiquita de edad y de estatura, era la mas consentida, y pus no porque fuera yo, pero era una criaturita digna de causarle ternura a cualquiera.

Yo tenía una maestra que le decíamos Betty, era la mas bonita de la escuela, delgada, de cabello castaño claro y largo, y también estaba bien pinche loca, tenía la manía de buscarnos castigos complejos, como si estuviera en un concurso, el más popular y terrorífico para nosotros, niños de primer grado, era que nos hiciera correr por toda la escuela a la hora de clases, a las niñas que usábamos pantalón debajo de las batas, nos las quitaba y se las ponía a los niños, les pintaba los labios y los sacaba al patio para que corrieran dando vueltas y vueltas.

Y a las niñas, pues nos hacia que nos fuéramos al ultimo patio de la escuela, ese donde van dejando todas las sillas y mesas que se tienen que arreglar, con la misión de encontrar un palo y ¿que creen que quería mi querida y adorada maestra?, pues nada mas que cazáramos una rata para que muerta, se la lleváramos y ella se encargara de hacernos una torta que nos teníamos que comer enfrente de ella.

Yo me imaginaba mi torta con un bolillo grande, del cual se asomaban unas rebanadas de jitomate y lechuga, y por ahí se asomaba la cola de la rata que le había llevado a la Miss Betty.

El recuerdo de salir de cacería es nebuloso, si si, con neblina y todo, me recuerdo corriendo con un palo, y con el griterío de mis compañeras persiguiendo una rata que nunca vi, pero que todas decían que por ahí iba. En algún momento nos topamos con los niños del salón que venían corriendo en sentido contrario con sus batas y labios rosas, y queriendo y no queriendo chocamos de frente y salimos rebotando entre todos.

Había un niño en el salón, que por más que hago no puedo recordar su nombre, así que le vamos a decir “Niño”, y pues resulta que Niño, cuando estábamos todos tirados en el piso, empezó a revolcarse, y a los demás chamaquitos se nos ocurrió, en lugar de averiguar lo que le pasaba, imaginar que a Niño lo había mordido la rata, y que en cuestión de segundos le había dado rabia, ¡ah la mente de los niños!, así que si nuestro compañero estaba tirando revolcándose en el piso, con un poco de espuma en la boca, era porque estaba rabioso.

Todos los escuinclitos estábamos rodeando a Niño, empujándose contra él, hasta que se les ocurrió empujar a la mas chiquilina que por más fuerzas que hizo, no pudo detener la inercia y cayó encima del rabioso, ¿y que pasó?, que Niño en su terror de lo que le sucedía y con la intención de que alguien lo ayudará de las convulsiones que estaba sufriendo, se afianzo de mi pantorrilla y no me soltó durante todo el tiempo que estuvo ahí tirado.

Alguien llamó a la estupida de la maestra y de lo demás no me acuerdo, de verdad, no se que pudo haber pasado después, no recuerdo como me soltaron de esa mano que se aferraba a mi, ni como me sacaron de la escuela, ni mucho menos que paso después con Niño.

Solo me veo en la casa de mis papas una buena temporada, que me ponían compresas en la frente, y fue la primera vez que me avente mis medicamentos para los nervios, si, a los 5 años.

A la imbecil de la maestra no le valió lo bonita que estaba y la despidieron.

A mi, no se me borro durante años y años de la cabeza, que a Niño de verdad le paso eso porque la rata lo mordió y le pego la rabia.

Odio las ratas.

Sin huevos.

El día apenas comenzaba en ese fraccionamiento de interés social en los suburbios de la ciudad, yo tendría alrededor de 7 u 8 años, caminé hasta la sala, encendí la televisión y di la vuelta un par de veces a los canales en busca de alguna buena caricatura o un buen show dominical que no fuera chabelo porque moría de envidia de no estar en el programa ganando bicicletas, juguetes o demás superpaquetazos de muebles Troncoso como todos esos niños felices.

Después de un rato tuve hambre, hice lo que cualquier niño de 7 u 8 años haría, despertar a su mamá para que le hiciera desayuno. Mamá se levanto a cumplir mi capricho pero cuando abrió el refrigerador ser dio cuenta de que teníamos un problema, no había huevos. Mamá hizo lo que cualquier madre haría en una situación como esa. Mandar a su hijo a la tienda por huevos.

La tienda más cercana quedaba a 4 cuadras, abarrotes el dado, esto suponía un problema enorme para mi, en el camino a la tienda había varios perros, los perros hasta la fecha siempre han sido una de mis fobias, entonces ir por mi desayuno era un reto a mi valentía.

Emprendí mi travesía con una vara que me encontré al salir de mi casa, pasaba de una acera a la otra para evitar contacto alguno con los perros, al menos de ida me funciono perfectamente.

Llegue a la tienda y la mitad de la misión había sido cumplida, entré y disfruté del olor a tienda pueblerina que abarrotes el dado me ofrecía, pedí un par de huevos, me los dieron y asunto arreglado. Cuando salí de la tienda escuché el ruido que los señores del camión de la basura hacían con los botes. Era domingo de basura, esto hizo que a mi, con los huevos en la mano, se me hiciera un nudo en la garganta.

Siempre que el camión de la basura andaba por las calles los perros se volvían locos y empezaban a ladrar y a atacar a los señores de la basura, el regreso a casa iba a ser muy peligroso, con una mano para defenderme lo más seguro es que terminara devorado por el negro, el tobi y el rayito, los perros más bravos de la cuadra, tenía que pensar en una solución.

Después de pensar un poco tuve una idea fantástica, sacar los huevos de la bolsa de plástico y meter cada uno a cada uno de mis bolsillos y así tendría dos manos para defenderme, agarre una piedra con una mano y con la otra sujete con fuerza la vara con la que había salido de mi casa. Sería difícil, pero sabía que lo lograría.

Llegue frente a la casa del Tobi y ahí estaba el muy cabrón, con las orejas paradas y en posición de ataque, mamá decía que siempre lo ignorara y así no me atacaría, pero no pude evitar voltear a verlo, cruzamos miradas y el miedo me invadió, empezó a caminar hacía a mi, cada vez más rápido, ahora tenía un problema.

Mis piernas por un momento se paralizaron, le arrojé la piedra que tenía en la mano pero nunca he tenido buena puntería, la vara no representaba ninguna garantía de seguridad, así que hice lo que  Forest Gump y yo mejor sabíamos hacer en situaciones como esa. Correr.

Corrí en dirección opuesta a mi casa porque si lo hacía al revés tendría que pasar por las casas del rayito y el negro, solo habían dos cosas peores que el tobi corriendo detrás de mi,  una de ellas era el tobi, el negro y el rayito corriendo detrás de mi.

Cuando tobi dejó de perseguirme y recuperé un poco el aliento me enfrentaba a un nuevo problema del que no había dado cuenta por obvias razones. En mi pantalón se dejaba ver un liquido brilloso escurriendo en ambas piernas. La otra cosa peor que el tobi detrás de mi era la putiza que mi mamá me daría por llegar a casa con los huevos rotos. Empecé a caminar con lagrimas en los ojos deseando encontrar dinero tirado en el suelo para comprar otro par de blanquillos, pero todo fue en vano.

Las personas empezaban a verme llorar con cierto grado de interés y curiosidad, pero nadie hizo nada. Después de un rato empecé a pedir dinero a quienes me encontraba, pero no tenía mucha suerte, según que no traían cash. Ojetes.

Llegue al lugar donde unos albañiles/veladores tomaban cerveza en la construcción de la escuela de la colonia, estaban bien pedos, me puse frente a ellos y les conté mi triste historia envuelto en lagrimas, no supe si los conmoví o querían que me fuera a la chingada para que siguieran pisteando, me dieron algunas monedillas, suficiente para que comprará un par de huevos y una golosina barata. 

Después de comprar los huevos emprendí de nuevo el camino a casa, aún sin preocuparme de los pinchis perros que tendría que lidiar, a lo lejos vi a un señor que se dirigía a con los perros, tenía una oportunidad, tenía que correr con sumo cuidado si no quería ir a molestar de nuevo a mis amigos albañiles borrachos, cuando lo alcancé era justo frente a la casa del tobi, en eso salió el pinchi perro pero como iba con el señor este provocaba algo de temor en el animal, porque solo ladraba pero no se me acercaba. después pase por las casas del rayito y el negro y paso exactamente lo mismo. La aventura había terminado, llegué después de un buen rato a casa, con los ojos chiquitos de haber llorado tanto y los latidos del corazón aún acelerados, cuando entré a casa mi mamá me preguntó la razón de mi tardanza, decirle la verdad me valdría horas y horas de carrilla, así que le dije que había mucha gente en la tienda, lo irónico es que no desayuné huevos, porque tampoco había gas, pero comí los sandwiches más gloriosos de mi vida hasta aquel entonces. Tanto pedo pa’ cagar aguado.

Detrás del Escritorio

Don Alejo no me mira de frente. Esquiva mis ojos. Es más, ni siquiera me habla. Llevamos así, en silencio, media hora. Sé que está triste, sus casi lágrimas lo delatan. Juega con el pisapapeles de su escritorio. Juega con la engrapadora y sus plumas. O no lo hace en absoluto. Solo intenta desviar su mente.
Desde que me llamó para que viniera a su oficina, no ha soltado palabra. Supongo que quiere hablar sobre el estado de la compañía, ya que hemos tenido pérdidas por dos años consecutivos, pero, lo puedo asegurar, no es mi culpa.
En estos casos no se me ocurre nada sobre los principios básicos en cuestiones de interrelación humana, o de etiqueta, si así pudiera decirse, entre empleado y empleador, entre suegro y yerno. Es incómodo. Pudiera darle ánimos. Decirle que con la reestructuración ésta compañía saldrá adelante, no sé. Por fin, después de una hora, decido hablar.
─Don Alejo, no se preocupe. Esta compañía saldrá adelante. Con su experiencia y mi empuje verá que resolvemos todos los problemas.
─No importa, así déjalo.
¿No importa? ¿Así déjalo? Pero qué le pasa a este viejo. Ya sé que tiene mucho dinero metido en el banco, y que le pudiera importar un bledo esta empresa y sus empleados, pero ¿y mi vida? ¿y su hija de qué va a vivir?
Otro silencio desagradable, más para mí, que pensaba que la tristeza de Don Alejo era por su empresa.
Que no me salga con que ya le dio remordimiento por dejar a su mujer, mi suegra, por una veinteañera. Maldito viejo rabo verde, si ya tiene su vida hecha con esa mamacita y su dinero. Que me deje la empresa, la vendo en pedazos y me voy a vivir a la costa.
─ ¿Extraña a Doña Lety?
─No. He hablado con ella y estamos de acuerdo que es mejor así, separados.
No me atrevo a pararme y dejarlo allí con su mirada pegada a los objetos del escritorio. Me siento cansado, aburrido, ya son más de dos horas. Yo también comienzo a jugar con las lapiceras. Las cuento, son siete, dos son de tinta roja y dos azul, por lo que se ve en los tapones; las otras tres tendría que usar un papel en blanco para averiguar de qué color es la tinta. Casi todas son de marcas comunes y corrientes, solo dos parecen ser de calidad. Una es Mont Blanc, o una muy buena imitación. Un día de estos la introduzco a mi portafolio, creo que fácilmente me darían unos tres o cuatro...
─¿Perdón? No lo escuché.
─¿Qué si juegas con tu hijo?
No contesto, es una pregunta, a mi parecer, privada. Claro, yo sé que es su nieto, pero pinche ruco, nunca lo visita. De repente le manda regalos costosos. Si uno le pregunta al Luisito por su abuelo, te contesta: “Trabajando, en la fábrica”, pero me cae si se acuerda de cómo es. Yo casi no estoy con él, pero sí entiende que tengo que trabajar para su futuro. Es más para eso están las mamás y los abuelos.
Don Alejo voltea hacia mis ojos, pero ya no es la misma mirada de odio o fastidio, de soberbia, que me demostraba. Es diferente, no sé, como de melancolía.
Don Alejo abre el tercer cajón y saca un trompo de madera, de esos viejísimos, como de un kilogramo. Enreda el cordón y lo hace bailar encima del vidrio del escritorio. Le veo la cara y sus casi lágrimas por fin pierden la vergüenza y ruedan por sus mejillas. El trompo deja de bailar. Mi suegro lo toma. Se levanta de su sillón. Avanza por mi lado, me pide la Mont Blanc, que con vergüenza saco del bolsillo de mi chaqueta. Saca un papel de su bolsillo y anota unos números. Enseguida me regresa el papel, y la pluma. Abre la puerta de su oficina y antes de retirarse me mira y dice.
─Es la combinación de la caja fuerte, allí están todos los papeles de la compañía. Te dejé una carta poder... y otra cosa, cuando yo esté jugando con mi nieto no quiero verte allí rondando.
Don Alejo cierra la puerta. Me pongo de pié y doy la vuelta al escritorio. Me siento en el sillón. Abro el tercer cajón, introduzco la Mont Blanc y unas cartitas de dibujos animados de Luisito que traigo en el portafolio. Me quedo mirando el pisapapeles, me quedo pensando en mi compañía.

Carlos Martín

Con los Bolsillos llenos

Todos sabemos que lo que se puede obtener no es finito, pero al menos indefinido mientras está en forma de dinero. Mientras lo tengo, imagino que existen posibilidades ilimitadas de conseguir cosas que irónicamente terminan siendo decepcionantes una vez que haz cumplido con esos deseos. Por eso llevo esa premisa de no malgastarlo al igual que los deseos.

El dinero, me hace sentir poderoso, es un motivo fundamental que me otorga reputación y reconocimiento. En este mundo hay que tener la mente clara, la cabeza fria y la mirada sin parpadear ante los placeres pues están llenos de materiales con un catálogo muy reducido.

Thierry Magon mi socio, se pegó un balazo porque toda su fe la otorgó en una estupida invulnerabilidad de acuerdos absurdos de acciones, premios , beneficios y stocks dejó mas de 300 millones en el banco con la ridicula oportunidad de haberse pasado bien la vida 300 millones de veces. Me adentré en el mundo Bursátil gracias a mi Padre y mi abuelo, me daba cuenta que ellos se hablaban de Ud. ambos distantes conmigo, en las navidades y en la escuela estuvieron compartiendo conmigo una vasta cantidad de pretextos compensados con regalos para justificar su ausencia, el arduo trabajo que me tocaba era desenvolver y pedir incluso deseos no pedidos. Mi padre decia que proveer demasiado a los hijos de amor o cariño era una sobre protección innecesaria y era malcriarlos de por vida como seres debiluchos y faltos de masculinidad.

Con el tiempo quise ser como él, le admiraba su talento, su astucia y lo brillante para los negocios, conforme fui siendo mayor adopté otro ingrediente fundamental: la falta de escrúpulos. He aprendido que hoy los billetes son cantidades que cambian de columnas en una computadora a velocidad de vértigo, y de una cuenta de hong Kong a otra en Nueva York de manera muy fácil.

Lo que da fuerza al dinero es la necesidad de intercambio, que los seres humanos requieran cosas unos de otros, porque si no no se deseara nada, no hubiera tenido que inventarse. Creo que la gracia del dinero es que tiene un número y no te dice que puedes hacer con el pues hay millones de posibilidades. Hoy mi familia se ha convertido en una verdadera casta poco generosa en el mundo ante los ojos de los demás. Suelen acusarnos de sectarios, pero ante la posibilidad de que se realize una obra publica o se tome una medida que beneficie a la comunidad, preferiría que no se concretara, si es un partido adversario el que puede llevarse el mérito.

La verdad con el triunfo de nuestro candidato ya no puede ser tan reducida la visión que tenemos. Mis posibilidades publicitarias estarán a la alza y la búsqueda o el motivo para que amarré tendra que aderezarse con que me enrede con una actriz o que mi socio compre el equipo de fútbol para abastecer mas el negocio.

Aún pienso que puedo volverme sútil, te cambia la vida y las perspectivas (algunas amistades y compañias) la vida o la suerte, quien sabe. Solo su olor es el que me hace desear estar aqui y no en otro sitio. Ahora debo irme porque mi tiempo es dinero y sería terrible perderlo.

Madoff

En ruta

Tengo suerte de tener este trabajo. Aunque la paga no es tan buena y todos en la oficina creen que son mis jefes, pero este trabajo me da la oportunidad de viajar ¡y eso es lo mío! Justo ahora me mandaron a Las Lomas, a llevar unas facturas a revisión y Las Lomas ¡Son Las Lomas! ¡Pura vieja buena!

De camino a la parada del microbus paso por el puesto de periódicos de Don Chuy y hoy es día que le llega “material” nuevo.

– ¡Ese mi Don Chuy!
– ¡Ahhhh, quiúbole cochinote! Me llego una revista quesque Europea, bien perversota ¡cómo le gustan!
– ¡Chiiido! Horita ando trabando, pero ahí guárdemela, al rato paso por ella.
– Ya’stas cochinote, aquí andamos.

A la mayoría de la gente no les pasa que las micros vengan bien llenas, pero es que ¡no saben aprovechar! A mi eso es justo lo que me gusta. Me subo en la primer micro que pasa para Las Lomas; pago y a puro codazo me recorro para atrás, me detengo frente a una chavita que se ve bien buena, empujo al güey de al lado para quedar bien frente a ella –y ahora sí, reina, ¡ahí te va el animal!– y, con el pretexto de que esto viene hasta su ma’, me le pego y le embarro todo.

¡Uy! ¡Mira nomás que nalga se acaba de subir! Y justo cuando pasa detrás de mí doy un paso para atrás –¡Úta! ¡Qué buena estás!– lástima que se siguió de largo– Pero ahora que baje ¡te doy otra repasada!– Y sí, de bajada le pego un arrimón de campeón. Lástima que traiga prisa, seguro ¡la deje toda mojadita!

Entro al edificio y me dirijo hacia la recepcionista tapándome con el sobre de las facturas; aquí son bien fresas y yo vengo todo calenturioso de esa última sobada ¡no se vayan a poner roñosos!

– Te traigo estas facturas a revisión…
– Siéntate, ahorita te hago tu contra recibo.
– Si…

Nel, que me voy a sentar, si está rebuena y desde aquí ¡veo mejor debajo de su blusa!

– Aquí tienes; que hablen el próximo martes para confirmar cuando sale el cheque.
– Sale… oye, ¿no le puedes poner el sellito ese que luego le ponen? Porque luego me dicen en la oficina…
– Si, claro…

‘Che sellito ni me lo piden en la oficina, pero ya me la sé ¡a-güe-vo! No le despego la vista mientras se levanta al otro archivero y se agacha para sacar el sellito del cajón de abajo ¡Ufff! Me re-cae, Las Lomas ¡Son Las Lomas!

– Aquí tienes.
– Gracias. ¿Me permites tu baño?
– Sí, pásale.

Tres minutos después salgo del baño ¡No mamar! ¡El mejor sexo que he tenido en la semana! De salida le digo adiós a la recepcionista y ella sólo levanta la mano sin retirar la mirada de su computadora, yo también levanto la mano y la agito –¿A que huele, perra?– le digo entre dientes, para que no me oiga.

¡Chale! De regreso la micro viene vacía, así que me siento en una butaca que está sola, con las piernas bien abiertas y con los audífonos a todo, para que no se me vaya a sentar al lado algún machín o una vieja fea.

Llegando a mi bajada desciendo por adelante y, hábil que es uno, me doy cuenta que va subiendo una chava con mini falda y de volada le tomo una foto con el celular , por debajo de la falda ¡claro!

Mientras estoy revisando la foto que tomé y pensando cuántas le voy a dedicar, siento como que alguien me mira; y allí en la ventana del micro una ruca me mira con cara de reprobación, yo me limito a dedicarle mi mejor imitación de Gene Simmons mientras le muestro la pantalla del celular, hasta que el micro se pone de nuevo en marcha.

¡Pinche anciana! ¡Y eso que no conoce a mi cuate el ronchas! ¡Ese güey si es un caliente!

En el segundo recinto

Llegó a casa cerca del mediodía: le gustaba la soledad y el silencio que se respiraba en cada rincón de su santuario. Su hermano en otra ciudad, su madre en la iglesia y el desgraciado de su padre tres metros bajo tierra, a Dios gracias .

Salieron huyendo de las deudas, pues una mujer sola no podría absorber tales compromisos productos del juego, la borrachera y sabrá el demonio que más. Era indignante ver a su pobre madre mendigar por una prórroga de dos días, soportar que la vieran esos infelices con una lujuria que hasta a él le hacía hervir las entrañas. Aunque muchas veces pensaba que si ella accediera a las peticiones de alguno de ellos, su vida mejoraría no tendría que dejar a Vero, a quien le encantaba explorar y hacer que sus mejillas se tornaran de mil colores. Puta a fin de cuentas, como todas las mujeres.

Odiaba el día que tuvo que dejar su pueblo, arrastrando dos maletas, cabizbajo tras su madre. Le carcomía el cerebro recordar a Vero diciéndole: Joaquín, no me dejes ahora… Quiso gritar, patalear y hacer valer su voz, arremeter contra la frágil determinación de su madre como lo había hecho siempre; estaba dispuesto incluso a no respirar, a matar de nuevo a su padre con tal de quedarse, pero no lo hizo. Dejaría de vivir para los recuerdos, tomaría las riendas de su vida como quisiera, abandonó la idea de dios y los demonios y en alguna parte del viaje, su mente torció el camino.

Y ahora se encontraba la jodida carta escrita con la impecable letra de su madre:

Quinito:

Yo te dije que no podías seguir con tus malsanas aventuras…


Desvió la mirada para recordar las tetas blancas y el cuerpo maduro de la que fue su mujer. De su olor a polvo seco, de sus años marchitos y de la locura que tenía en el corazón tan joven. Que a sus 19 años una matrona de tales cualidades lo hubiera seguido como girasol al astro padre era de sus más grandes logros. Cómo la había perseguido por todos los lugares, apelando a su amor, a su inocencia, a su pasión y al último la doblegó con su perversión.

Hablé de tus chingaderas con el señor cura…

¿Qué ella que? ¡Como pudo hacerle eso! Que hablara con ese fósil sobre sus cargos de conciencia era una, pero que le hablara de la vida e intimidades de su hijo no tenía nombre. Ese vejete con ideas arcaicas no podía opinar nada del amor carnal porque simplemente no sabía que era. Volvió a sentir como se le nublaba la vista y su cabeza palpitaba, deseó tenerla de nuevo entre las manos para poder ejercer presión sobre su cálido cuello y arrebatarle el placer de acabar con su vida.

Por la memoria de tu abuela te juro que no puedo vivir con esto. Hoy terminará nuestra locura.

Siempre sacando a su nana en los momentos de arrepentimiento. Debería mencionarla cuando la hacía bramar como perra en celo.

Te espero en el infierno.

Tu madre que te ama.

El reloj se torna extraño


Levántate.

Abrió los ojos y vio 12:54 PM en el reloj. Molesto se dijo que era tiempo de levantarse, se dijo también “en un momento”, como cada día de engaño.

Levántate que no es de seres como tú que se sirve el mundo.
No se hace un destino de vacío y olvido.
Que la quietud sólo es digna cuando de la acción resulta.

Soñando creyó escuchar esas palabras y le molestó que su realismo le hiciera despertar. 4:38 PM. "¿Cuatro treinta y ocho?", Pablo fingió sobresalto como suele hacerlo. "¿Cómo me pude haber quedado dormido?". 5:26 PM. Sentado en un sillón polvoso con un café servido en su sucia taza en medio del silencio y viendo alrededor como si no conociera el lugar, Pablo no pensaba nada, enfrenta de nuevo a la mitad restante de un día sin nombre. 6:10 PM. Se puso de pie y vio que por debajo de la puerta alguien había metido una especie de cuadernillo y se acercó, sin agacharse torció un poco la cabeza para leer su portada.

Y tú. Eres el abuso del universo. Eres el lugar donde se para el tiempo. Tropiezo de la Historia. Los años irían adelante otros mil de no ser por ti, hombre.

“Porquerías de la iglesia otra vez, al rato lo levanto”. Aquel párrafo no tuvo en él ningún impacto y entonces pensó en prender el radio para escuchar ruido. Pero no. Caminó pesadamente hacia su recámara, se sentó en su cama “un momento”, “para pensar qué voy a hacer hoy”. Tomó el control remoto y encendió el televisor. Voces e imágenes cuya profundidad es irrelevante pues Pablo igual se quedará ahí un rato sin importar lo que vea u oiga, como siempre. 7:10 PM.

Y no justifiques tu quietud con raciocinio y letras, no te atrevas a insultar con tus razones de polvo a quien sí vive su fortuna. Levántate. Participa ahora en la escena que te toca y contesta por fin el díálogo cuando te llegue el turno. Cumple. Paga por ese corazón que hasta hoy no ha servido para nada.

“Pero que guión más pendejo”, musitó al creer escuchar ese decreto en la televisión captando por fin un poco de su atención tras haber cambiado canal tras canal incesantemente. “¿Quién escribe eso?, nadie habla así en la realidad” y eso le recuerda su libro, lo voltea a ver en el buró y tiene el impulso de quitarle el polvo de encima, pero no, “al rato que lo lea”, el rato que tenía año y medio sin llegar. De ser un poco honesto Pablo se habría dado cuenta que ese casi imperceptible sentir en su interior se conoce como culpa, pero tampoco, mejor fingir que leo muy seguido e incluso repitió en su mente el inicio del texto que es de donde nunca ha pasado.

Sal, encara la conmoción, deja, cobarde, que el amor te toque, deja, cobarde, que la decepción te torne. Padece el pesar del agotamiento y descubre el abrir los ojos habiéndole dado un día de labor a esta tierra que hoy te exige que formes parte.

“Buen libro” se convence tratando de simular que lo conoce. Pablo se pone de pie y antes de salir del cuarto considera el apagar la televisión, pero no. Ve el reloj, 7:49 PM y le incómoda la imagen, entonces mejor voltearse y no regresar a él en mucho rato para evitar la constante crítica de la circunstancia, mejor aún, voltear a ver la ventana en penumbras y encontrar fácilmente el recurrente “no es tan tarde, todavía hay luz afuera”. Y Pablo tiene hambre.

Porque si aún el despojo se transforma y se procura de un lugar en este mundo. Tú no busques el perdón. Tú, hombre, que te acabas el alimento de los vivos y enrareces su aire, que menguas el ánimo de los que crean y estorbas. Esa es la condena: estorbas.

La voz del pensamiento molesta a Pablo, “Que estupideces pienso, ha de ser el cansancio". Cansancio de qué. "¡Ah, es por esto!”, justifica viendo las muchas botellas de cerveza vacías que ocupan demasiado espacio en la cocina. “es por esto que se me ocurrió esa tontería, esta basura estorba, luego las tiro, cuando me sienta mejor” para él sentirse mejor es no estar deprimido como lo está hoy, como ayer, como siempre desde hace años en los que culpa a todos de su pesadumbre, de lo "injusta" que ha sido la vida con él. Y regresa entonces el único sentimiento continuo y profundo del que todavía es capaz; la autocompasión. Sale de la cocina y en el pasillo se recarga en la pared, recuerda aquella última tarde con Lorena. Pablo se acerca al cajón de una cómoda y lo contempla dudando. Saca de él una nota vieja que fue el último recuerdo que ella dejó antes de irse.

Haces de lo mal hecho una virtud pues al menos hecho está.

Pero al otro extremo del pasillo la visión de la planta seca en la estancia saca a Pablo de sus pensamientos, “esa planta ya se murió, pero si la acabo de regar”. Hace 3 semanas. Vuelve entonces a ver el panfleto religioso de hace horas que por el movimiento del aire ya está a mitad de la sala. Por fin lo levanta y lo abre.

Ha de llegar el día en que el ángel impiadoso se haga cargo, el terrible amanecer en que el demonio ejecutor voltée a verte y entonces serás para la fosa de serpientes, mal planeado castigo pues incluso ellas se empeñan para que tú, que quedas en gran deuda, te hagas a un lado y pagues con dolor lo que por apatía debes. Que es mucho. El universo sabio transformará tu grito en el bienestar de aquellos a los que robaste un lugar en tu derrumbe.

Sin reparar en una sola letra de ese párrafo Pablo arruga los papeles en su mano y los deja sobre un mueble, “luego los tiro”. Es ya de noche y se convence entonces de que es muy tarde para hacer algo. En el cuarto de nuevo sentado en su cama frente al televisor desubre en el piso un periódico con un anuncio subrayado “se me olvidó hablar”, el aviso de un empleo, “mañana” obviando el hecho de que esa edición es de hace 5 días. El reloj 2:45 AM, “que raro, no tengo sueño”. 4:36 AM, “por qué tendré insomnio”.

El arcano se abre y revela. El equilibrio se ha roto y los justos sufren, el Paraíso quedó bajo los pies del caos y la salvación parece imperceptible, es ahora más que siempre que el esfuerzo y movimiento deberán salvar las almas... Y La Pereza, hombre, negligente personaje del drama universal, es insultar a Dios a la cara.

Pablo despierta con miedo y sobesaltado, sudando sin entender por qué un sueño tan absurdo le produce tanta angustia, el reloj otra vez lo censura con su presencia y se voltea para no verlo, se tapa hasta la cabeza con la cobija tibia y cierra los ojos esperando calmarse y conciliar el sueño otra vez. Un hombre nunca se da cuenta que está por ser juzgado. El sordo voluntario jamás descifra las señales.

La advertencia ha sido promulgada y tu sentencia escrita.
Yergue tu cuerpo si eres capaz de atender a esta última voz.
O no preguntes mañana.

Pero Pablo no escucha. La cara del reloj se torna en un extraño objeto con símbolos inentendibles para este ordinario mortal. Pablo abre los ojos con terror al sentir una opresión en el pecho que le paraliza los pulmones, su corazón lucha por persistir sin lograrlo, está petrificado, perdido dentro de sí.

Terminó la labor de Belphegor, que inicie tu Juicio Final, hombre.

Amen.

Como de revista

Cada vez que entraba a esa casa no podía dejar de odiar lo oscura que era, el sol nunca entraba y los grandes y antiguos muebles la hacían sentir más estrecha, aunque le gustaba que fuera pequeña y de una sola planta, así no tenía que desplazarse tanto.
Salía unos minutos a caminar y tomar el sol si el dolor de rodillas se lo permitía, pero la respiración que cada día era mas pesada y cortante la obligaba a regresar.
Casi no recordaba los viejos de sueños de viajar o de planear aventuras. La televisión la entretenía bastante hasta para soñar con las series donde podía suceder todo lo que quería, y si no le gustaba se resolvía con cambiar el canal para que otro sueño empezará.
A veces cuando cerraba los ojos, se veía cuando era niña, su madre le servía enormes porciones de comida, aconsejándole que necesitaba comer para ser hermosa, y olía esos enormes platos con el mismo gozo que se los comía, ¡como extrañaba esos días!
Ahora, compuesta su personalidad de irresponsabilidad e inocencia, estaba segura de que seguía hermosa, no había un solo espejo en la casa, para no ver lo que estaba convencida no era malo. Estaba segura de que lo era, y no necesitaba compartirlo con nadie, así que permanecía días y semanas y meses encerrada en su casa. ¿Para que salir si tenía todo ahí?

Podía prepararse los mejores manjares, experimentando con los libros de cocina que había heredado de su madre, con las recetas vistas en la televisión, preparaba porciones para cuatro personas, no porque quisiera, si no porque hacerlo al pie de la letra la hacia sentirse perfeccionista, probaba cada ingrediente que había pedido al supermercado por Internet, y seguía probando mientras iba transcurriendo.
Después se afanaba en arreglar la mesa, colocando la lujosa vajilla y sus manteles lujosos. Con caminar oscilante y lento, chocaba sus grandes caderas entre los muebles, colocando todos los artificios para que eso se asemejara a los recortes de grandes banquetes que tenía guardados. Lo hacia todo con extrema paciencia, servía los cuatro platos con meticuloso cuidado, encendía las velas y se sentaba en la cabecera del comedor. Conforme iba terminando el plato, se cambiaba al siguiente lugar para continuar con el de a lado. No hablaba, eso de hablar sola le parecía de locos, pero no pudo, por mas que hizo, dejar de pensar en la llamada que la había despertado en la mañana, era su sobrina, la única hija de su única hermana, le había llamado para pedirle ayuda, algún problema de medicinas y hospital, no entendía o no quería entender, le colgo el teléfono, siempre era lo mismo, la buscaban solo para pedirle dinero y exponerle los problemas que no eran de ella. Si al menos hubieran sido diferentes, así su madre no hubiera optado por heredarle todo a ella. Y mientras sus pensamientos la hacían sentirse mas enojada, mas rápido comía los mejillones que había preparado, lo hacia rápido, cucharada tras cucharada, con las manos comenzó a tomar el puré llevándolo a su boca de manera grotesca, pensando que quizás estaba sola, pero era más feliz que ellas, mas feliz porque tenía toda esa deliciosa comida frente a ella, y no tenía que compartirla con nadie, un enorme placer se apodero de ella, cuando se termino el plato y vio que aún le quedaba uno por devorar, rápidamente se levanto con inusual destreza y cuando intento sentarse en la siguiente silla, esta no aguanto y termino sucumbiendo ante el gran peso de su cuerpo.

Después de la sorpresa y del estruendo que ocasiono la silla y los platos que acompañaron al mantel al piso, quedo en completo silencio la casa. Y de pronto una sonora carcajada salio de su pequeña y ridícula boca, el plato había caído casi intacto a un lado de ella. Intento levantarse pero un dolor terrible en la cadera se lo impidió, así que se puso el plato en el pecho y comenzó a saborearlo lentamente. Mientras la risa se empezó a deformar entre carcajadas y una especie de lamentos que se convirtieron en llanto. Aún con eso, cuando recordó que le faltaba el postre se sintió un poco mejor.

Relativo 18

El lugar, una casa en un exclusivo fraccionamiento de la ciudad, la hora, 2:33 de la mañana, los actores, el señor Robles, la señora Robles y yo.

Aquí, semi-acostado, recargado en la pared mientras un haz de luz de la luna golpea mi rostro salpicado de sangre anunciado mi culpabilidad, con un par de cadáveres en la habitación, 18 casquillos percutidos, un poco de humo proveniente de un glorioso cigarro y de los disparos que había hecho, suficiente para nublar mi vista y terminar de entorpecer mis sentidos después de detonar un arma además de sobrellevar el shock de quitar la vida a un par de personas, no puedo hacer otra cosa que recordar como llegué aquí, aún no sé si valió la pena todo esto.

Entrar a la casa había sido muy fácil, además de ser la casa de mi hermano era la casa de mis sueños, todo estaba igual como siempre lo imaginaba, todos esos pasillos y paredes, verme en la cocina abriendo el refrigerador para tomar una cerveza, dirigirme al jardín a sentarme mientras observo a la hermosa esposa de mi hermano limpiar la alberca para después venir hasta mí y robarme el alma con uno de sus besos, decirle que siempre había estado enamorado de ella, decirle que ese momento no era otro que la ilusión que me dejaría satisfecho por siempre, pero no, solo se trataba de un sueño, volver a la oscuridad de la noche ligeramente iluminada por tenues luces fue un golpe fuerte al sentimiento de regocijo por el que acababa de pasar.

Llegué hasta su habitación y los encontré a ambos dormidos con una sonrisa en la cara que hizo que me hirviera la sangre, ver como incluso en un profundo sueño se mostraban felices y orgullosos de la vida que habían construido.

-¿Qué edad tienes?

Replicó mi hermano cuando le dije mis intenciones de casarme con su actual esposa después de que él la conoció.

-Dieciocho.

-Dieciocho es un número muy pequeño, pon los pies en la tierra chaparrín, es demasiada mujer para ti.

No tomé mucha importancia a la bravuconada por parte de mi hermano, no sino hasta que los vi llegar a casa una tarde y darles la noticia a mis padres de su compromiso de boda, me vi envuelto en una sensación de impotencia muy grande, misma que permaneció en secreto gracias a mi introvertida personalidad. Solo dios fue testigo de la implosión de ira que tuvo lugar en mi cabeza.

Por todo este tiempo he vivido deseando todos y cada uno de los bienes de mi hermano, su trabajo, su auto, incluso su esposa, aunado al hambre inconmensurable e insaciable de poder y dinero, se supone que esto cambiaría hoy.

Fui hasta el ventanal de su habitación, abrí un poco las persianas y ambos despertaron, pude escuchar sus pensamientos al ver la mirada de ambos, apenas pudieron reconocerme, se preguntaban porque estaban amarrados y amordazados, no eran tontos así que después de un instante tenían claro cuál era su situación y cuál sería el desenlace más probable de la misma.

-Sabes, siempre fui mejor que tú, en muchos sentidos, fui mejor estudiante, terminé siendo más alto que tú, aunque tu situación actual no es terrible mi futuro es mucho más prometedor que el tuyo, me esmeré por ser mucho mejor persona que tú, aún así no comprendo cómo es que envidio tu patética vida de mierda.

Dieciocho es un número muy pequeño, ¿recuerdas eso? Hoy te voy a demostrar que eres un pendejo una vez más, 18 es un numero más grande de lo que te imaginas.

Saqué dos magnum .357 de mis bolsillos, me subí a su cama y apunté a cada uno con una diferente.

-Cada cargador tiene 8 tiros, además a cada revolver le cabe un tiro en la recámara, confío en que la aritmética básica aún no pasa de moda por tu cabeza, chaparrín, 18 en total.

Después de eso besé la frente de mi hermano y rocé la mejilla de su esposa, ella puso su cabeza en el pecho de mi hermano y empezó a llorar, esto no cambio para nada el final. Vacié ambas cargas en sus cuerpos.

El alivio duró menos de un segundo después de hacer el primer disparo, los siguientes 6 segundos fueron los más largos y miserables de mí vida.