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Carpa de 3 pistas

Mi corazón es una carpa de Circo con los colores devorados por el tiempo. En la pista de arena quedan, como pequeños suicidios donde hay huellas que quedan de los que pasan por ella. Tigres, Camellos, caballos, osos y elefantes desaparecieron por el camino junto a los malabarístas jubilados, los equilibristas con repentinos problemas de vértigo, acróbatas dislocados, los agotados payasos hartos de risa... De la antigua y Próspera compañía solo quedan el domador y una fiera. Su fiera
La función comienza, el látigo restalla. El domador ligeramente curveado sólo conserva la arrogancia del pasado una barba, la fiera, antes majestuosa le lagrimean los ojos un poco y las zarpas se quiebran.

Comparten una jaula, un lecho y una cadena. Algunas noches salen de su guarida y se sientan en la puerta de la carpa, él le pasa la mano por la cabeza y ella, dividida entre el instinto y la costumbre, a veces gruñe y otras veces ronronea.

alguna vez se odiaron pero al unísono se asustan que la muerte venga se lleve a uno y deje al otro solo, tan solo en la pista.

La función debe continuar.

No sé cuando el circo perdió su magia. Los niños pequeños aún lo encuentran excitante, aún se emocionan y aplauden, con grandes ojos observan todo y son incapaces de esconder su asombro ante cosas de las que algunos habían oído hablar, pero nunca habían visto tan de cerca.

Los adultos son otra historia, en el mejor de los casos les parece tedioso y aburrido y vienen tan sólo para complacer a algún niño, a el resto les parece triste, deprimente y hasta cruel. Y ni hablar de la gran cantidad de coulrophóbicos.

Parece que nadie lo entiende, circo es sinónimo de alegría y asombro, es sitio de hallazgos y magia. Éste circo no es diferente. Éste circo también es triste, cruel y decadente.

El espectáculo aquí lo dirigen los payasos y los leones reciben a los visitantes mientras que los domadores chasquean sus látigos a los acróbatas que sin chistar hacen infinitos malabares con tal de que el espectáculo continúe.

No sé cuando el circo perdió su magia, pero sigue siendo divertido trabajar aquí; a la comida las cucarachas le hacen el feo y la paga es mala, pero la diversión no nos la perderíamos ¡por nada en este mundo! ¡La función debe continuar!

Tomasito


-Mamá, Tomasito ya acabó de leer su libro, hay que conseguirle otro.
-Los changos no leen Marissa, ya te he dicho eso mil veces.
-Sí bueno, como sea, ya lo tiró y hay que darle otro.
-En mi buró hay uno, dáselo a ver si le gusta.
-¿Es novela?.
-Sí Marissa... es novela.

Y es que Tomasito es un fanático de la narrativa.

Este monito nació en cautiverio dentro de una jaula en la quietud de la noche un día en que el precario Circo Internacional Del Monte descansaba en uno de muchísimos pueblitos donde se presenta al sur de México y norte de Guatemala. El dueño, Don Ernestino Del Monte tiene algunos amigos en la frontera y lo dejan pasar de un lado al otro sin muchas preguntas y obviando incluso los papeles de sanidad de sus animalitos, de ahí el nombre de “Internacional”, todo a cambio de dejarlos asistir a los espectáculos, de los cuales se da uno al día solamente ya que sólo trabajan en lugares pequeños y la población no daba para más.

Y es que el Circo Internacional Del Monte es tan sencillo que algunos amigos del señor Ernestino le hacen burla.
-¡Lo suyo es una granja ambulante Ernestino!. -Se rien.
-¡Cuántas granjas tienen un elefante majestuoso!. -Contesta el orgulloso dueño y es que efectivamente el hermoso Jaipur es el único animal de circo real que tiene el show, un paquidermo paciente y civilizado como pocos que en las noches contempla con tedio sus cadenas abiertas que Marissa siempre olvida cerrar y se echa a descansar con flojera a ver las estrellas sin pensar nunca en escapar. Un tipo muy formal Jaipur.

El destino inicial de Tomasito, era como el de su abuelo y sus padres ser observado dentro de la jaula por los niños y a veces salir con un elegante moñito en el cuello a pedir monedas de la mano de los dueños del circo, cabe mencionar que si bien todos los circos son una injusticia para con los animales, al menos en este trata bien a los inquilinos. Pero sucede que este monito siempre fue muy inquieto y su abuelo, que era un chango muy culto, lo enseñó a leer de ver letreros y conseguir cualquier cosa impresa. Así fue que un día cayó en manos de Tomasito un libro y éste lo empezó a leer atentamente hasta que lo terminó ante la fascinada mirada de la familia de cirqueros que lo veían pasar hoja por hoja.

Tomasito, ¡el chango que lee!
Atracción única del Circo Internacional Del Monte

Y gracias a eso el pequeño vivía dentro de su jaula sin que lo molestaran demasiado ante la mirada divertida de los asistentes. Él no les prestaba atención, leía su libro en turno mientras los observadores baboseaban y decían “mira que chistoso, imita a la gente como si estuviera leyendo”. Los animales escuchaban eso y sólo suspiraban recordando las palabras del chango mayor, el abuelo de Tomasito, “Los humanos son tontos, hijo, todos, no son capaces de entender el mundo que los rodea”.

Así las cosas, cada vez que Tomasito terminaba un libro empezaba a armar escándalo y a emitir sus chillidos hasta que le conseguían uno nuevo, pero no, nada de hacerlo tonto, al principio intentaron darle cualquiera incluyendo uno de química y otro de catecismo pero él gritó hasta que le dieron uno de cuentos y así se dieron cuenta que lo de él, era la narrativa, porque ni la poesía le gustaba mucho.

-Ay pero que raro animal, decía Doña Cecilia la esposa del señor Ernestino, pero ¿qué diferencia le hace el libro que sea?.

Pero es que como decía el abuelo chango, los humanos son tontos, no entienden que para los animales las palabras son intenciones y pueden entenderlo todo, incluso un idioma diferente, sólo tienen que poner atención y concentrarse. Para ellos la única frontera es el tiempo, por lo demás, son soberanos.

Pero el problema de las letras, como siempre, es que traen consigo la libertad y ni siquiera un tranquilo primate se salva de eso, entonces había momentos en los que Tomasito miraba desde su jaula los bellísimos paisajes de aquella geografía centroamericana y le comían las ansias de vivir aquellos espacios y saltar entre los árboles y las ruinas mayas y vivir otro tipo de felicidad. “Pero allá no hay libros muchachito.” Le decía Eloísa una cabrita del circo a la que este monito enseñaba a leer en las noches calmando un poco las ansias del pequeño pero no por mucho.

El tiempo pasaba y el circo iba de un lado al otro, cruzaba la frontera una o dos veces al año y recorría algunos lugares de Campeche, Tabasco y Quintana Roo, alguna vez llegaban a las colindancias de Oaxaca. Tomasito leía y leía y le pasaba sus libros a Eloísa quien rápidamente se había enviciado.

-Ernestino te juro que ahora la cabra está leyendo también.
-Mujer, no digas tonterías por favor, esto es el colmo, ahora la cabra, cómo va a ser.
-Ven a verla, hombre, no seas necio.
El dueño del circo con los ojos abiertos y rascándose la cabeza.
-Ora sí... y esto de qué nos sirve... si somos un circo no una escuela.

La pequeña caravana avanzaba por los sinuosos caminos del sur de México y Tomasito suspiraba viendo la vegetación indomable y oyendo los sonidos salvajes. Soñaba con algunas aventuras, las inventaba en su mente observando el cielo impresionante de las obscuras noches de la selva. Cuando llegaban a pasar por Agua Azul el alma se le llenaba de los colores de esas cascadas y alguna vez se quedó impresonado de ver a otros simios correr sobre los techos de las ruinas. En cambio su vida era tranquila y segura pero muy aburrida dentro de su jaulita, de no ser por sus libros su vida sería verdaderamente triste, pensaba. Eso lo mantenía ahí, sus libros. Pero a la larga mientras más leía la cosa se volvía peor pues más le inspiraban a tener sus propias historias “si los humanos que no entienden nada viven estas cosas lo que yo podría disfrutar de todo”, se decía.

Un día Tomasito cerró su nuevo libro en la página quince. Lo cerró y su vista se perdió en los inmensos árboles de la lejanía. No pudo volver a abrirlo pues se ponía aún más triste y melancólico. Dejó de leer, le pasaba sus tomos nuevos directamente a Eloísa sin casi tocarlos. Los dueños del circo se preocuparon por su salud y no sabían que hacer. El changuito tenía el irremediable mal de la libertad. “Por qué no inventas tus propias historias”, le decía el perro guardían. “De dónde las saco” contestaba el triste mono. “Sigue leyendo entonces” le dijo una espectacular guacamaya que hacía malabares en la función. “No puedo, al final me pongo más triste con ganas de vivir cosas”. Una aflicción que parecía no tener remedio. “Ese es siempre el problema de las letras” susurró alguna vez el caballo “no te dejan quedarte encerrado, te obligan a vivir”. Difícil situación. Algo se tenía que hacer.

Una noche, cuando el mini circo se instaló cerca de Palenque, todos dormían excepto Tomasito que a través de las rejas de su pequeña jaula miraba la hermosura brillante de la selva, azul por la luz de la luna. Suspiraba y suspiraba. Debe haber sido la una de la mañana cuando de repente se sintió en el piso la vibración fuerte y pausada de rítmicos impactos. Todos los animales despertaron y el changuito volteó a ver en dirección de donde venía aquel movimiento. En medio de la obscuridad se vio la imagen del inmenso Jaipur aproximándose hacia donde se encontraba el monito, aunque todos confiaban en él nunca dejaban de impresionarse por su tamaño asi que vieron asustados su avance con los ojos muy abiertos . Jaipur se paró frente a la jaula de Tomasito y lentamente acercó su fuerte trompa mientras el pequeño pasmado veía el suceso sin entender. Entonces Jaipur tomó el candado y lo apretó deshaciéndolo sin ningún esfuerzo, se retiró un paso atrás y la puerta del encierro se abrió. “Listo, esto tiene que acabar, ve a vivir tu historia”, todos los animales se pusieron de pie impresionados y en cambio el chango de ojos desorbitados no se movió paralizado por la impresión de lo que sucedía. “Los humanos han escrito alguna vez que si deseas mucho una cosa, esta acaba por suceder, lo sabes, anda, te está sucediendo a ti”. Tomasito volteó a ver a todos su amigos dudando por el temor de no verlos más pero entonces escuchó la voz de Eloísa. “Ve chango, ve, yo me quedo aquí a leer por ti... ve y nos cuentas después”. Salió entonces de su jaula y siguiendo una indicación de Jaipur montó en él de un ágil salto, volteó a ver a sus amigos despidiéndose con la mirada mientras todos lo apoyaban con esa comunicación sin palabras que la naturaleza posee. El elefante caminó alguna distancia hasta perderse entre los árboles donde se despidió del changuito. “Nos vemos monito, nosotros pasamos cada año, lo sabes, los animales no decimos adiós eso es cosa de hombres, nosotros sí sabemos volver”.

* * *

Tiempo después, Don Jimeno, el hombre sabio del pueblo más cercano a ese lugar de la selva mexicana permanecía parado debajo de los enormes árboles viendo hacia las copas como le había dado por hacerlo todas las tardes.

-Abuelo ya vámonos. -Le decía su nieto mayor.
-Déjame en paz. Esto viendo a los changos.
-¿Que tanto les ves?. Son los mismos changos de toda la vida.
-Aprende a observar escuincle tonto. Ve como todos los demás rodean atentos a ese chiquito. Les está dando instrucciones... o contando algo.
El nieto mayor hacia esfuerzo por alcanzar a ver pero la luz del sol dificultaba la visión. -Sí bueno, lo que tú digas... vámonos a la casa.
-Además -Continuaba Don Jimeno sin reparar en la presión del muchacho. -estoy seguro que tienen un tipo de escritura, ve como acomodaron esos palitos, eso es un letrero.
-Ha de ser para atrapar bichos abuelo.
-¡No seas tonto!. Aprende a obervar te digo, algo dice ahí, estoy seguro. Ha de ser un código jerárquico.

Pero aún el sabio Don Jimeno no lo era suficiente para entender la realidad total de lo que veía.

Narraciones de Tomasito
Presentando
El Libro de la Selva
de Rudyard Kipling
(Un humano no tan tonto)

* * *

Dicen los locales que en las noches de septiembre, a veces octubre, en la selva chiapaneca se escucha el sorprendente rugido de un elefante al cual le sigue un silencio sepulcral e inmediatamente después el fuerte chillido de un primate que pareciera contestarle.

Don Jimeno en la ventana de su humilde casa pone mucha atención.
-¿Que escuchas abuelo?. -Pregunta de nuevo el nieto mayor.
-Esos animales se están comunicando.
-¡Que se van a estar comunicando! -Dice el joven incrédulo. -el chango se asusta por el ruido del elefante ese del circo y por eso chilla.
-Ssssssshhh!!!. ¡Cállate niño!. Déjame oir. -Contesta molesto el inteligente viejo.
El nieto más pequeño se acerca entonces y le pregunta. -¿Y qué dicen abuelito?.
-... son amigos m'ijo, no entiendo bien pero... son amigos, de eso estoy seguro. Muy amigos.

Don Jimeno trata de descifrar con atención esos sonidos mientras en el circo cercano una cabrita le enseña a leer al gato de la familia. Muy aplicado él.

250 gramos cada una

La decisión ya estaba tomada. Angélica está nerviosa, pero ya no puede hacer nada, ya se siente adormilada. Por más que intentara, no podrá moverse, ni hablar, ni mucho menos reclamar. No podrá detener lo que está pasando frente a ella.

Sus primeros cálculos eran conservadores, bueno, eso pensaba Angélica: “Sí, no es mucho”, se excusaba, “Es más, pudiera ser un poco más”. Incluso, antes de decidir, ya estaba animada por unas de medio kilo, pero pensando en que se iba a notar demasiado, optó por “sólo” 250 gramos.

Angélica se levanta con un gran peso en su pecho, literalmente. De 250 gramos cada una, medio kilogramo en total. Angélica se mira en el espejo, ya no será la mujer de figura plana que tanto le atormentaba.

Carlos Martín, el Director

Catársis y Ging Tónics

El pueblo había cambiado mucho desde la última vez que fuí con él en nuestra luna de miel. Grandes edificios blancos, enormes adefesios de ladrillos gigantes hechos de cemento y vidrio que miraban directamente hacia mi relucientes, hoy me parecen tan cuadrados y grises como búnkers, a sus pies como hormiguitas, montones de bares y changarritos anunciando con cartulinas fosforecentes baratas sus viandas con letras estridentes justo para llamar más la atención, sobre todo con las faltas ortográficas.

El fin de semana después de firmar el divorcio escapé por fin de todo cerré la oficina, dejé los pendientes apilados en el locker del gimnasio, me hice una maleta con tres mudas de ropa y me subí al auto. Después de 6 horas de viaje pude sentarme sola en la terraza del único bar que encontré, pedí un vaso de vino tras otro, estaba decidida a beberme mi fastidio, pero no puedo recordar a ciencia cierta en realidad cuantos me bebí, debo haber perdido la cuenta de los gintonics.

Bebiendo vasos y vasos lentamente, me acordaba de él, y la manera en que trasladó nuestros sueños a vagas excusas ahogadas en mentiras, y justo como se transformó en un moustruo poco a poco, por alguna razón terminaba alterado, acusándome de celotipia y su bancarrota prematura lo llevó a beber sin control.

Hui de mi, Huia de él, de su mal humor, de los insultos, de su manera de beber, su voz aguardientosa y su aliento pestilente, las manos sucias con las que pretendía tocarme, ese equilibrio absurdo y su mirada brusca. Es curioso que ahora para no estar sola, veo pasar las horas sin alterar un ápice de esos momentos tan poco entrañables, me propongo entender ahora ahogándome en botellas.

Mientras miraba aquella enorme extensión que contrastaba con el cielo y conforme pasaban las horas ese mismo paisaje iba cambiando de color. Ahora entendía un poco mejor como hacían los pintores desde el manierismo hasta los impresionistas. El cielo fue tornándose alternativamente celeste, luego añil, azul indigo, cobalto, azulón , violeta y pensaba en el color de la botella, esmeralda y al final verdinegro. Mi semblante adquirió un matiz cremoso poco a poco con gris por añadidura entre ocres, castaños y pardos rojizos.

Creo que comenzé a sentime mareada pues el paisaje de pronto lo miraba cual caleidoscopio en un delirio cromático. Finalmente cayó la noche y todos los colores se fundieron en uno solo, salvo algunas farolas que alumbraron mi camino de regreso a la cabaña, la verdad no pude contener las ganas de contar las estrellas que me tope, el cielo estaba fantásticamente plagado.

Debieron pasar un par de horas y tenía frio. Me asomé por un ventanal y no había ni un alma sólo yo, el agua y todas las estrellas asomadas como vigilándome; Me di cuenta que comenzó a llover y había unas sutilisimas lineas blancas que el agua hacía dejando surcos ente las piedras iban dejando marcadas a la orilla, que se deslizaban y desaparecìan al unísono de la otra que le seguia. Empezé a pensar que podría caminar bajo el agua, caminar y caminar hasta que ya no tocara el fondo. Tenía ganas de ahogar el llanto y terminar con todo.

pensaba que si resistes la natural urgencia de salir a la superficie y respirar, la muerte por asfixia en el agua es la menos dolorosa de las que existen. Es incluso placentera. Una muerte dulce. La carencia de oxigeno produce alucinaciones y uno se va desvaneciendo en una especie de extasis, sin enterarse. Quisiera huir a un país submarino donde el ánimo amedrentado, los malos pensamientos, la depresión, las deslealtades, las traiciones, los rencores, los amores perdidos o desafortunados, la amargura, la melancolìa y las ganas constantes de llorar no tengan cabida.

Miraba con ganas la penumbra que proporcionaba y que la muerte puede poder proporcionar. pero nunca iba a tener el valor de ahogarme y sinceramente sentía un intenso deseo de acabar con todo, pero no tenía fuerza de voluntad necesaria para acabar realmente con la pesadumbre, siempre me acobardé quizá por eso duré tanto con él.

No tenía ninguna razón por la cual divagar si seguir viviendo, pero tampoco sufría demasiado o con la suficiente intensidad para determinar mi destino de un modo fatal y dejar de respirar por voluntad propia. Una vez después de que me golpeó la primera vez, comenzé a tener miedo, no me daba miedo morir. No sé que me pasaba por la cabeza, pero en realidad lo único que me daba cuenta es que tuve mucho miedo de seguir viviendo.

Lo siguiente que recuerdo es despertar entumecida, con la boca seca como corcho y un repicar intermitente en las sienes, el sol que ya estaba bastante alto en el cielo y tocaba ligeramente el borde de la cama rozaba mis dedos de los pies y las piernas. Me quedé dormida, con la conciencia embotada por el vino, para cuando me ví en el espejo me di cuenta que yo no tenía este rostro ni estos ojos tan calmos. Yo no advertí este cambio ni me di cuenta en que momento me convertí en esta mujer de ojos vacios y labios amargos.

Yo no tenía estas manos sin fuerza, tan detenidas y frías, no tenía este corazón que ya ni se muestra, no sé como es que llegué hasta aquí sin darme cuenta.


Tårita teripaia

Un día cualquiera

Qué trabajo me ha costado despertarme hoy! Me siento diferente, extraño. A la regadera. Si, un rápido baño es lo que necesito. Tan pronto como pueda levantarme.

¡Vaya si me ha costado levantarme! Tal pareciera que... ¡Aaaaaahhhhh! ¡Aaaahh! ¡Una cucaracha! ¡Una cucaracha en el espejo sobre el labamanos! Una cuc... ¿de 1.80 y con barba de candado? ¡Oh, por dios! No puede ser, me he convertido en... ¡oh, por dios!

Lo del baño no parece ahora tan buena idea. Mientras me arrastro de regreso a la recámara pienso que esto debe ser temporal. ¡Si, antes de darme cuenta de seguro estare de regreso a la normalidad!

Ya en la cocina busco algo para desayunar. ¡Ugh! Súbitamente el estómago me dá un vuelco, cuando descubro que estoy hurgando en el basurero. Parece que será mejor olvidar lo del desayuno, aunque ¿que es eso en el fondo del basurero? Mmmmmm... mejor me apresuro a salir, antes de que me vuelva el apetito.

Como pude me subí al auto y conduje hasta la oficina. El viaje ha sido incomodo pero ya estoy aquí. Me escabullo discretamente hasta mi escritorio, esperando que nadie me note y enciendo mi computadora.

Me cae ¡no vuelvo a tomar entre semana! ¡Ouch, mi cabeza!